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sábado, 9 de noviembre de 2013

Por el perdón en La Provincia

Por: Dionisio Pimiento (@dpimiento/twitter) para Portafolio
Manteles blancos, espejos, flores, meseros impecablemente vestidos con sus cargaderas negras, el excelente servicio de quiénes te reciben en el ingreso, las sillas de siempre (por lo menos desde que asisto a este restaurante que ya ha pasado los 14 años) y la calidad de una carta que prefiere ir a la fija en sabores y presentación, con riesgos muy medidos.

Aquí han sido las cenas icónicas laborales de mi última década, alguna celebración familiar pasando por matrimonio y llegando incluso hasta primeras comuniones y hoy es la noche con el ser que más amo, por el que daría la vida y por el que correría todas las millas extras.  Esquivando a conocidos logro sentarme en nuestra mesa tras llegarle tarde, muy tarde,  a mi cómplice de cena. Su rostro molesto se esbozaba detrás de los palitroques crocantes que devoraba con el ya clásico dip de pimentón.

Entre mis excusas y sus justificados reclamos, empezamos a revisar la carta. Atendidos por la magnífica Marlen, mesera de siempre en este sitio, la tensión por mi tardanza iba disminuyendo poco a poco, y el encanto de siempre del restaurante La Provincia comenzaba a operar. El haber poca gente, a pesar de ser fin de semana, permitía los reclamos con todo y puchero, en simultánea a mis excusas y a las largas miradas.

Mientras, nuestras manos casi se rozan en una sutil batalla por los panes que llegaron a la mesa: dos largos panecillos muy suaves dejaban claro el título de propiedad de cada uno, pero aquel pequeño y redondo, y uno que parecía más un cake un tanto dulce merecían una lucha cuerpo a cuerpo por cada gramo…tuve,  por supuesto, que ceder pues yo era quién le había llegado tarde a ella. Sí a ella.

Empezamos el camino del “perdón” con el corazón de alcachofa e higaditos de pollo al jerez, seguido por el ceviche de mero en leche de coco y la ensalada de pulpitos (todo contaba para pedir excusas). Como decía mi mamá, si la enferma come es que te está perdonando el inmenso agravio, y ella comía. Alguna sonrisilla se le escapó incluso cuando ordenábamos los fuertes.

Con su “bilirrubina” alta prefirió pedir la pechuga de pollo al limón con salsa griega: todo es válido para firmar la paz por mi retraso. Yo, al contrario, creo que si el estómago está contento el corazón lo emulará y me aventuré con la gallinita asada rellena de arroz a las hierbas con salsa de jerez. Incluso me atreví a darle un poco con mi tenedor y sería tal el aroma que se desprendía que ella lo aceptó. A mí, en cambio, me tocó suplicar y hasta tomar de su plato un bocado. 

Había que jugársela toda en el postre.  “O morir o ser perdonado” era mi lema. Un poco de vino más y hasta hubo una mirada cómplice. Llegaba la artillería pesada: volcán de chocolate con helado de vainilla, pie de turrón también de chocolate con salsa de mora y mango y claro, marqués de chocolate, como no, con helado. Conocía su mayor debilidad, su talón de Aquiles, y yo esperaba mi absolución. Entre cucharadas llegó una caricia a la mejilla, un regaño más y hasta un beso.

A pesar de la sensación de poca evolución en muchos de los componentes de este Restaurante, los maravillosos sabores de La Provincia habían logrado el perdón para mí. Diciendo esto pensaba que no todo en la vida debe cambiar… que viva la evolución en múltiples ámbitos pero ciertas sutiles certezas, como la excelente atención de Marlen, deben permanecer por tiempos inmemoriales.

Cuando algún “invierno” azote la vida o le llegue tarde de nuevo a “ella” ya sabré cuál es la receta infalible. Está en un restaurante que me recuerda lo que en el fondo es Medellín a pesar de sus maratones coloridas, de los nuevos pabellones feriales, de los premios internacionales o de los programas de innovation: es una provincia de sabores y gente cálida.

El Oriente antioqueño: el destino de hoy, para vivir y comer

Por: Dionisio Pimiento (@dpimiento/twitter) para Cocina Semana

El Valle de Aburrá que algunos quisiéramos denominar el Gran Medellín para ganar en sinergias y en coherencias de actuación, vive hoy el típico proceso de suburbios muy al estilo del siempre copiado esquema norteamericano. Aquel en el que la ciudad va desconcentrándose y aquellos con mayor poder adquisitivo se van alejando de los centros como prueba de su esmero por “huir” de las problemáticas propias de la urbe y/o de su deseo de alcanzar una mayor “calidad” de vida (respirar un mejor aire, sentirse “seguros” gracias a los sistemas de seguridad privada, y fantasear con el reencuentro de la vida campesina).

El llamado Oriente Antioqueño es hoy un claro suburbio de Medellín que ya concentra la mayor capacidad adquisitiva de la Región, tras la cuál llegan todas las ofertas incluida la gastronómica. De tiempo atrás ha estado mi favorito, Queareparaenamorarte, y hace poco abrió La Legumbrería del escritor, pescador y cocinero que tanto admiro, Álvaro Molina. Ni mencionar las franquicias por todos conocidas que, por supuesto, ya han llegado.  Prefiero darle un vistazo a las nuevas aperturas: La Parrilla de Pancho, Caravanchel, Frutos del Paraíso, Portland, Manaure, Callao, Del Camino, Napoli, El Raizal y muchas más.

Éste es el nuevo suburbio por el que empieza a ser difícil circular y en el que empiezan a sentirse ciertos "excesos". Cuando lo hayamos contaminado y todos los dolores de Angosta (a la manera de Héctor Abad) hayan llegado, migraremos a un nuevo “paraíso” temporal.

“Globalizamos ideas, localizamos comida” Restaurante Mercado, Sabor Local-Bogotá.

Por: Dionisio Pimiento (@dpimiento/twitter) para Portafolio

El Parque la 93 aún se mantiene como uno de los destinos gastronómicos capitalinos congregando más bien opciones de fast food o de “comida festiva”, aquella para un jueves en la noche en la que el protagonismo lo tiene un buen trago.  Hay que decir que muchas de las mejores opciones se han relocalizado o gestado en otras zonas como la Calle de los Anticuarios.

En tal panorama hay que agradecer a Leonor Espinosa haber abierto Mercado, Sabor Local, en una de las esquinas del Parque. Las lámparas que penden de los techos; las paredes con básculas, cocos, vasijas de raquira y peltre; las plantas en las mesas y los pisos de casona son sinceramente hermosos, así como mucha de la vajilla que me hace pensar en un par de herencias de abuelos a las que les tengo “el ojo echado”.  La estantería de vinos y la música lounge inicial rompen toda la experiencia, pero sólo hay que esperar unas manos mágicas que dan "play"  a una bella oferta colombiana instrumental.

Devorando sin parar las arepitas con mantequilla, la misma que se unta con paleta de madera, reconozco que lo mejor de este sitio no está aquí directamente, digamos. Lo más relevante es lo que lo rodea y ha permitido a Leo llegar hasta aquí: la Fundación, el trabajo con las comunidades –a pesar de las múltiples opiniones que corren en el sanguinario mundillo de la restauración nacional- y la exploración del sentimiento colombiano llevado a la mesa. 

Combativa, de marcado carácter y exitosa. Así veo a Leonor Espinosa tras más de 10 años de actividad y varios restaurantes puestos en marcha. Jamás olvidaré el atún en costra de hormigas culonas servido en Leo, Cocina y Cava, un plato que cambió para siempre mi paladar, así como el helado de Kola Román del mismo restaurante.

De vuelta a Mercado en la 93 empieza mi recorrido por el menú buscando en él la promesa escrita en una de las paredes: “globalizamos ideas, localizamos comida”.  Espero con un coctel de uchuva ideado seguramente por Laura, hija de Leo. Comienzo con lo que llamaría un “ajiaquito”, crema de papa criolla, alcaparras y guasca. Llega a la mesa el chuzo de portobello relleno de vegetales, especias y queso paipa, así como una mazorca asada. Es ahora el momento de probar uno de los bellamente servidos ceviches a base de frutas tropicales (uchuva de nuevo, tómate de árbol, mandarina y lulo).

Son irresistibles los olores que salen de la cocina mientras continúa llegando gente sintiéndose un tanto al límite el servicio. 

Vamos ahora por los platos fuertes, los que acompañaré de una copa de vino biodinámico,  ecológico, orgánico, elaborado en equilibrio con el ecosistema y perfectamente alineado con el calendario lunar. ¡Puffff! ¡Qué difícil es hoy tomar vino! Antes encontrar un buen sabor en boca y un bouquet seductor parecían suficientes.

Con el vino más etiquetado del planeta entre mis manos, es el momento de disfrutar la cazuela de arroz con guiso criollo, carne molida y gratinada con queso doble crema; luego viene un calentao presentado en hoja de bijao de tilapia cocida en leche de coco, albahaca y tomate cherry con arepita de queso. Aromático, suave e intenso en sabores. Todo termina con un apetecible, abundante y costoso (por sólo 69.000 pesitos) pollo campesino braseado.

Mientras la cuenta llega, concluye con una panna cotta con salsa de guayaba y polvo de arequipe,  la visita al Parque La 93 y a este mercado colombiano de sabores confortables, placenteros y entrañables que evocan lo que sentimos nuestro pero marginándose, por fortuna, de una cazuela de fríjoles emplatada de forma "dolorosa" por la misma Leo  en un reconocido canal de televisión. 

El Aburrá Sur: destino gastronómico siempre

Por: Dionisio Pimiento (@dpimiento/twitter) para Cocina Semana

El Aburrá Sur siempre ha estado en mi lista con la chunchurria de Sabaneta y el pescado y la morcilla de Envigado. Empezó luego a “sonar” la oferta de almuerzos de la Plaza de Mercado de este último municipio y se consolidaron opciones como La Gloria de Gloria o Cangrejo y Coco. Más adelante fueron abriendo sus puertas, a pocas calles entre sí, Valenti y sus menú sorpresa y Eduardo Madrid, pura ópera con el más excelso y costoso pan,  y siguió así cocinándose la gentrificación de una zona que pasó del cluster  de las lámparas -alrededor de Pavezgo-, al de la buena mesa.

Hoy parquear es toda una odisea pero el esfuerzo vale la pena. El abanico es variado: desde las maravillosas pizzas de Olivia maridadas con un perverso servicio; pasando por Andrés Bakery, Barbacoa, El Barral, Juana La Cubana o María Santo. Se incluyen las carnes de Lucio y la versión reloaded un poco neoyorkina de Eduardo Madrid. Para terminar, los dos “clásicos de clásicos” de la zona –y que por fortuna han sabido resistir: Trifásico y sus chicharrones de 22 patas y los mejores pandequesos en Mc Pevi.

Ya lo había dicho Julián Estrada en Mantel de Cuadros: qué bien se come en “Puerto Envigado”.

Merhaba Turquía

Por: Dionisio Pimiento (@Dpimiento/twitter) para Decanter

Era el viaje soñado, el irremplazable, el inenarrable, el más deseado. Su vasta historia ya era un motivo pero su presente lleno de debates entre su rol en la Otan, sus pretensiones con la Unión Europea, el rol de los militares, la hasta hace poco vigente pena de muerte, o el ser la puerta –casi escotilla- entre lo que llamamos Oriente y Occidente incubando en su interior de hecho un poco de ambos mundos, lo hacía más excitante como territorio a descubrir, a saborear. Su idioma no evoca nada que conozca y su comida, colorida y pletórica de sabores, es la gran excusa para una fascinante estancia en Turquía.

Cada comida comienza con un surtido de mezes, pequeñas entraditas frías o calientes, puro placer en versión Yaprak Dolmasi por ejemplo (hojas de parra rellenas de arroz, piñones y hierbas) o Haydari de berenjenas con yogur y ajo, Cacik en el que el yogur va con pepino y menta, y Acili Ezme con mucho tomate picante y cebolla. Mismas comidas que concluyen en la mayoría de las ocasiones con un baklava con, se supone, más de 100 finísimas capas. Los mejores son los callejeros de Estambul con mucho pistacho y un delicadísimo almíbar. En las calles de sus dos capitales (la una política y la otra histórica, turística y económica) se puede probar el helado (Dondurma) en el marco de un pequeño espectáculo para turistas evidenciando la destreza para servirlo.

En las mañanas sorprende, por mero hábito, ver en el desayuno pepino, tomate, quesos (de cabra, oveja o blanco), y aceitunas. Tan frugal comienzo se puede acompañar de una especie de tostadas francesas esponjosas coronadas con una porción de miel en panal, la que devoraba sin límites.  Adicional, en las mañanas, a las 4 p.m., antes y durante la comida, a cualquier hora, mucho pero mucho té negro pero con bastante azúcar dado su intenso sabor fruto de una larga cocción.

Aquí el café es toda una experiencia: negro, fuerte y denso gracias a que aún conserva lo que los abuelos llamarían el ripio. Para estómagos aún más valientes está el Ayran una bebida de yogur y sal que sinceramente me gustó, y Sahlep de leche con los bulbos de orquídeas, para muchos afrodisíaca pero para mí bastante caliente y un tanto pesada para beberla.

Durante el día mucha carne incluyendo de mi amado y escaso en Colombia, cordero; y abundante verdura o bien rellena con arroz o carne, o en salmuera (aquí mi fantasía amorosa con la berenjena alcanzó la plenitud).  También podrá ser pasta, Manti, unos raviolis con yogur y carne o garbanzos.  Aunque si se está a punto de perder el ferry en El Bósforo lo mejor es comprar rápidamente una especie de roscón con sésamo de la cadena de fast food Simit Sarayi. Y allí dónde toma el Ferry, al costado del puente Gálata, hay que atreverse con los sánduches de queso, tomate y cebolla y con los mejillones, comida por supuesto callejera. Luego de regresar del viaje entre Beyoglu y Eminonu, se puede visitar el museo Istambul Modern y al final de la tarde, será el momento perfecto para subir caminando a la Torre Gálata: nos esperan pequeñas tiendas de diseñador, un par de cafecitos y noches a pie de calle muy animadas.

En Estambul hay que comer en Ziya Sark Sofrasi, deliciosos kebabs, los que se comen aquí no la versión turística que se ha expandido por el mundo. La comida en este restaurante es de gran calidad pero debe recordarse que en este lugar como en muchos otros no se vende alcohol. Imposible perderse el cordero en costra de sal que se sirve espectacularmente en la mesa de Hatay Has Kral Sofras;, y sobre todo hay que ir en las noches de luna llena a Balikçi Sabahattin pues bajo el jardín escondido en aquel callejón de degustarán maravillosos pescados muy frescos. Comer aquí es una experiencia inolvidable. La media tarde es el momento para estar en Karaköy Güllüglu tomando té con baklava y con börek; o de ir a Ali Muhiddin Haci Bekir, la pastelería otomana más famosa y en la que todas las delicias se sirven con la máxima calidez y en cajitas decorativas.

Es imperdonable no volver a casa con un buen surtido de especies y tés pero comprados en el Bazar de las Especies en el corazón de Estambul. La excusa para que momentos y sabores únicos nos transporten de nuestra cocina a esta tierra llena de misterios y encanto.

Ankara es para muchos un lugar de paso. Yo creo que al menos un día sí hay que pasar allí dedicado al Museo de las Civilizaciones Anatolias y recorriendo la Ciudadela. En esta ruta está Çengelhan, el restaurante del Museo Industria Rahmi M Koç, una antigua casa bellamente restaurada y en la que hay que probar el surtido de seis mezes, así como el pan de aceitunas negras con dip de yogur preciosamente servido

De Turquía no quiero irme. Es curioso que un lugar te atrape de esta manera a pesar de las aparentes dificultades para comunicarte ligadas a un idioma que no conozco. Pero lo verdad en esta tierra con una sonrisa y sabiendo saludar, Merhaba, y diciendo Elinize saglik, "bendita sea tu mano" a quién te ha dado maravillosamente de comer, se vive inmensamente feliz.