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lunes, 12 de agosto de 2013

NN
Por: Dionisio Pimiento (@dpimiento/twitter) para Portafolio

Mucho me habían hablado de él. La mejor pinta para estar a la par de los mocasines violeta de Mancini, uno de sus propietarios. Cuando llegamos hubo una sensación casi de timo, de engaño: el sitio descrito como el culmen de la sofisticación a primera vista parecía una pequeña tienda de diseño, casi minúscula en oferta pero de precios inalcanzables: jamás olvidaré un juego de té por $400.000, “ni para la Reina Isabel” pensé al instante. Caídos en lo más hondo de la decepción y cuándo ya pensábamos sin decírnoslo en buscar otro sitio cerca, salió de una puerta trasera un hombre de más de 2 metros de altura, corpulento, negro inmaculado, con traje y actitud de bodyguard que mientras hablaba por el micrófono camuflado en el puño de la chaqueta nos preguntaba, casi nos interrogaba, sobre sí teníamos reserva. Con timidez, casi miedo, dijimos que sí, la confirmó y nos pidió seguirle tras aquella puerta.

Pasamos por la cocina, por un pasillo un tanto destartalado, y allí otro guardaespaldas, digamos, abrió la puerta definitiva. Tras ella un piano de cola del que salían acordes sensuales nos decía bienvenidos a mi acompañante y a mí. Una escalera de caracol  por la que se desciende mientras todo se hace dorado: refinamiento casi al límite. Los años 20s y la prohibición de consumir alcohol en los Estados Unidos daban vida a la temática de NN, el nuevo restaurante-bar de moda.

Confieso que aunque el ambiente exhalaba frivolidad, yo estaba encantado con aquella puesta en escena, con el juego y aquel seudo-engaño. ¡Qué viva la trivialidad!, pero eso sí sólo por instantes, no la definitiva de la que muchos padecen.

Llegada la botella de vino a la mesa lo mejor fue beberla hasta el fondo para no pensar en los precios y tener sólo frescas las neuronas necesarias para decir, a la hora de pagar con la tarjeta de crédito,  “a 24 meses por favor”.

Mi bella compañera de mesa ordenó salmón con toronja y naranja, suculento según sus dulces labios. Yo me fui por el tuétano para montar en tapas de pan caliente con un poco de ensalada. Sobre ésta aquella grasita magnífica y plena de sabor,  y un poco de sal gruesa.

Mientras llegaba el postre pasó a nuestro lado el sr. Mancini con unas zapatillas que sin duda lo llevarán a lo más alto de las clasificaciones de las moda de Mr Blackwell. Lo que no sé es si lo dejarán en el infierno o en el cielo.

Alicorado en el punto exacto para no ver los ceros de la cuenta y disputando con aquellos labios hechos mujer cada trozo de los profiteroles con chocolate, debí regresar al siglo XXI. Las evocaciones nostálgicas simplistas fueron reemplazadas por una reflexión sobre lo que ha significado la legalización del alcohol versus la lucha a pérdida en la que seguimos contra las drogas. Debe ser o que aún es mejor el negocio para todos, sin excepción,  bajo la prohibición o que al establishment no le gustan los que están ganando … y eso es fundamentalmente lo que combaten. Salgamos de aquí y mejor sigamos como absolutos NN.