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viernes, 12 de octubre de 2012

El chocolate: la conquista de América a Europa, ayer y hoy.


Por: Dionisio Pimiento (@dpimiento/twitter) para Decanter

¡Qué singulares son los movimientos geopolíticos! Hace más de 500 años los españoles llegaron, se toparon con lo inimaginable y a sangre y fuego destruyeron mucho de lo encontrado y se robaron lo demás. Hoy Colombia protagoniza la portada de Times como país destino de negocios e inversión y se habla ya de la tercer ola de españoles que desembarcan de nuevo buscando oportunidades económicas que los alejen de un paro superior al 20% y de una bolsa volátil y usualmente a la baja.

Personas que van y vienen; prácticas, sueños y productos que conquistan al otro como sucedió con el chocolate, con uno como el que bebo en esta mañana gris y lluviosa.

Con leche, muy espumoso o poco, en agua, con especies, con azúcar o agua de panela, espeso -casi cuchareable-, con nata montada o muy líquido. ¿Cuántos seres humanos estarán bebiendo en este mismo instante una taza de chocolate? ¿Cómo la habrán preparado?

Sin duda este producto mesoamericano ha conquistado muchos corazones y estómagos como sinónimo de tibieza, de calor de hogar, de desayunos tradicionales y de mañanas serenas. Incluso fue puente de unión y seducción de América a Europa hace 500 años, a diferencia del maíz y la papa igualmente originarios de nuestro Continente pero cuyo proceso o fue más lento o incluso su legitimación está en proceso.

¿Cuánto ha podido cambiar aquella bebida precolombina en su encuentro con Europa? Mientras me pregunto esto, es inevitable pensar en el origen del producto, sus transformaciones en estos cinco siglos, su paso de bebida  a pieza para comer convirtiendo increíblemente a Suiza en la capital contemporánea del chocolate, y penetrando de manera amplia el mundo de los postres y dulces.

Pero mientras termino de beber mi taza quiero concentrarme en ese momento de “conquista a la inversa” de América a Europa. Quiero evocar el xocoalt precolombino y la manera como era bebida en la Corte de Moctezuma como parte de una tradición ya ancestral en las culturas indígenas de Mesoamérica. Aquella bebida ligera, amarga, quizás con un poco de achiote para hacer más rojizo su color, y espumosa gracias al proceso como era servida: vertiéndola de copa a copa desde una altura considerable.

Si Moctezuma lo bebía en copas de oro debía ser una bebida excepcional. Así fue percibida por los españoles y rápidamente conquistó a Reyes y poco a poco fue llegando a otras capas de la sociedad de la España que se hizo boyante gracias a las Américas, una bonanza que en todo caso no duraría mucho.

En aquella España empezarían a beberlo dulce (una de los obsesiones de la época en casi toda Europa), espeso, caliente y acompañado por pan o pastas (bollería u otro tipo de preparaciones a partir de masas).  Sería objeto de mezclas y exploraciones singulares. De hecho, uno de los asuntos más excitantes era como en Europa se encontraban América, a través del chocolate, y Oriente, con las especies. Tres mundos que se coqueteaban y seducían con aromas de canela, pimienta, frutos secos (almendras y avellanas), un poco de almizcle o de ámbar gris y aromas de flores (azahar o rosas), con la poderosa bebida.

El xocoalt, aquel venido de América (o de las Indias pues la confusión duraría bastante), sería sinónimo de placer y prestigio , y su difusión sería primero de la Corte a la calle, y luego de España al resto de los países europeos. Muchos recetarios, libros y tratados médicos tampoco se le resistieron, tal y como lo evidenciaría el texto Alabanza del Chocolate de Juan de Cárdenas (1591), al afirmar que “engorda y sustenta al hombre, dándole sano y loable mantenimiento”.

Bebida divina como lo dijese el escritor Marcos Antonio Orellana en una breve rima: “¡Oh, divino chocolate!
 que arrodillado te muelen, manos plegadas te baten y ojos al cielo te beben”. Tan “divino” que hasta fue objeto de debate religioso sobre si quebrantaba o no el ayuno eclesiástico, obligando a ejercicios del más depurado lobby para que fuese reconocida como bebida que reconforta el cuerpo y aviva el espíritu para ser admitida en los días magros. Juan de la Mata lo defendería incluso al exponer que “es utilísimo hecho con la debida puridad para confortar el estómago y el pecho; mantiene y restablece el calor natural; alimenta, disipa y destruye los humores malignos; fortifica y sustenta la voz.”

Último sorbo. La pasión por el chocolate que antes y ahora, reconforta el cuerpo y aviva el espíritu. Para muchos, un poderoso afrodisíaco; privilegio de los poderosos pero deseo de todos en los primeros años de la conquista gastronómica de América a Europa. Placer de intimidad y sociabilidad en la Corte de Moctezuma, en el Reino de Isabel la Católica y en la salita de mi casa.

martes, 9 de octubre de 2012

Alimentación, religión y geopolítica

Introducción

Alimentación y placer; alimentación y pecado; alimentación y vida; alimentación, muerte y suciedad; alimentación y política. Estos serán los ejes sobre los que construiremos una aproximación en paralelo a dos libros, De la souillure, essai sur les notions de pollution et de tabou (título original Purity and Danger),  Mary Douglas; y Sacrifices et interdits alimentaires dans la Bible, aux origines du Dieu unique, de Jean Soler.

El uso ritual de la alimentación, ha sido tema de interés ayer, hoy y siempre; pero anticipándonos a las conclusiones de este ensayo y tras leer ambos textos, lo que captura todo el interés más que un rol religioso de la alimentación, era y es el rol geopolítico de la misma. Un interés que con los años no hace más que ratificarse pues la hipótesis de este ensayo es que sin duda las prohibiciones alimentarias tienen una racionalidad, y ésta es política.

Tomemos entre manos el primero de ambos textos, Pureza y Peligro de Mary Douglas, una italiana nacida en 1921  pero formada en Inglaterra y clara representante de la escuela antropológica británica, quién se especializara en el mundo de los simbolismos, en particular de las religiones a partir de fuentes como la Biblia, evidenciando siempre gran interés por el análisis de riesgos, el entorno, la economía del consumo y el bienestar, la comida y el ritual.  

Profundizó en los lazos entre teología y antropología, y una de sus aportaciones más valoradas fue su interpretación estructural del Levítico, manual religioso para uso de los levitas y uno de los libros del Antiguo Testamento (el 3º, entre Éxodo y Números), que para los cristianos forma parte del Pentateuco (cinco primeros libros) y para los judíos de la Torá (La Ley), quiénes justamente atribuyen a Moisés su autoría, aunque durante La Ilustración hubo un fuerte movimiento que cuestionó esto.

 

“El Pentateuco pretende probar (como la mayor parte de los libros históricos) la providencial elección del pueblo judío por Dios como su pueblo elegido (…y ) abarcan desde la creación del universo hasta la muerte del patriarca y legislador Moisés”, recogiendo el proceso de salida de esclavitud del pueblo, y la búsqueda de la unidad política (asunto que reafirma la hipótesis del rol geopolítico de los tabúes alimentarios más que meramente religiosos).


Por su parte toda la doctrina religiosa del judaísmo se deriva, directa o indirectamente, de la Torá, y es el núcleo de la revelación divina.

Concentrándonos en El Levítico, éste es un recuento de los sacrificios religiosos que Yahvé ordena realizar como parte de la liturgia hebrea, una síntesis para muchos de “todos los holocaustos”, encuentros, desencuentros, guerras, invasiones o migraciones de un pueblo a su vez profundamente cerrado religiosa y culturalmente, lo que va dando pistas a nuestro enfoque de análisis: los rituales alimentarios ligados a la religión son, sobre todo, de orden geopolíticos: a la subsistencia de un pueblo, a su diferenciación del otro, al fortalecimiento de los lazos internos.

El Levítico, texto objeto de análisis por M. Douglas así como de J. Soler, aborda justamente las leyes referidas a los sacrificios (clasificados por pecado, expiación y dones divinos), y las referidas a la pureza y santidad.

Su libro Purity and Danger ha sido catalogado por muchos como el más conocido de producción, y de gran influencia en el estudio antropológico de los sistemas de clasificación. M. Douglas propone por primera vez que “las leyes contenidas en el Levítico no debían interpretarse como medidas elementales de higiene o pruebas arbitrarias de la fidelidad de los judíos a su Señor, sino que su verdadera función consistía en trazar fronteras simbólicas”.

Es de mencionar que la versión en francés del libro se tituló La souillere, la mancha y tenía como gran objetivo entender “las prohibiciones rituales como el problema central de la historia de las religiones”.  Y es que claramente no es gratuito el título en la versión francesa pues es claro el interés el aspecto moral y social, por las diferencias, afinidades y significados de palabras como mancha, polución[1] o impureza, así como  de clean (limpio).

Busca Mary Douglas en este libro otra salida: “el cuerpo es el espejo de la sociedad; el temor a la “mancha” es un sistema de protección simbólica de orden cultural”, pues para la antropóloga británica la sociedad está amenaza tanto desde dentro como desde fuera. Y a su juicio estas líneas de separación son muy finas, los roles contradictorios y es en esos intersticios del sistema social que la brujería como la mancha se alojan, es ahí que importa suministrarse, aprovisionarse de ritos, positivos o negativos, de purificación.

En el libro queda claro que a M. Douglas más que la prohibición lo que le interesa es la ideología de la transgresión. Las nociones de mancha y de polución son su base de inicio e incluso nos invita a meditar sobre nuestras propias repulsiones hacia la suciedad (asunto que igualmente dejo para la reflexión individual). Ella demuestra que “la suciedad profana y la mancha sagrada, siempre definidas con el mismo árbitro, contribuyen a la constitución de orden simbólico, procediendo por exclusiones e inclusiones”[2]. Y es que a su juicio la repulsión y la vergüenza fundan ese primer orden moral y cosmogónico.

Douglas recuerda que se habla de tres tipos de animales y tres tipos de consumo: los hama (malolientes, podridos, serpientes, sapos o afines), cuyo consumo en general, repugna; los que son asociados a los espíritus, cuyo consumo es prohibido a las mujeres;  y los otros, que libremente puede consumirse por ambos sexos.

En la página 13 del texto se afirma que “es remarcable que el sistema de prohibiciones sea susceptible de separarse más radicalmente  aún del sistema de la mancha”; prohibiciones rituales que contribuyen a veces a reforzar el orden social, pues con ellas me diferencio del otro, del distinto, del que temo, del que puede atacarme. Otra pista de cara a nuestra hipótesis, el rol político como verdadera cara del aparente exclusivo rol religioso.

El libro expresa que el pecado, mortal o venial, sanciona místicamente la transgresión de una prohibición, que se confunda o no con una regla moral (social). Y es que “en la ideología cristiana del pecado se sitúa en la intersección de los dos sistemas semiológicos: el primero se construye sobre la metaforización de la suciedad definida como “propiedad sensible del ser” a partir de la experiencia de la doble pérdida (descomposición del cuerpo, excreciones corporales); el segundo se basa sobre una red de prohibiciones y mantiene separado ciertos términos del código simbólico incluyendo las relaciones sociales, los valores morales. En estos campos semánticos se sitúa igualmente  El Levítico, dónde “la mancha[3] (la pérdida de santidad, es decir del comercio con Dios) es correlativa a la transgresión de las prohibiciones que aíslan de manera absoluta ciertos términos simbólicos cargados de abominación”[4].

Y es que justamente las religiones primero fueron explicadas desde el miedo, y luego asociadas a la idea de la “mancha” y la higiene. “Como el miedo paraliza la razón, puede evidenciar otras particularidades del pensamiento primitivo, notablemente de la idea de mancha”[5]. Afirma que según su opinión y el trabajo de otros antropólogos no hay rastro de esa idea de mancha en culturas primitivas, pero que la idea de higiene puede ser muy profunda y puede “una gran pista”.

Douglas intenta demostrar en este libro que los ritos de pureza e impureza  “dan una cierta unidad  a nuestra experiencia”, y que son actos, a su juicio, centrales de la religión.

Jean Soler por su parte, es el autor del segundo texto de esta propuesta de reflexión en paralelo, Sacrifices et interdits alimentaires dans la Bible, aux origines du Dieu unique. Estudió en La Sorbona debutando profesionalmente en la Educación Nacional, enseñando francés, latín y griego.  Trabajó como director de varios centros de civilización francesa por el mundo, y tras desempeñarse por varios años como Agregado Cultural de la Embajada de Francia en Israel, se dedicó a escribir y publicar textos que “trastornaron” para muchos el conocimiento de la Biblia pues « descifra los orígenes de la creencia en un único Dios y explican porqué el monoteísmo incita a a la violencia ».

De hecho, en su trabajo hace una reflexión histórica, cultural y política, no religiosa, de la existencia de Dios y en otro de sus textos propone que las leyes atribuidas a Moisés, comenzando por los diez mandamientos, están dirigidas solamente a los judíos y lo que buscan es asegurar la cohesión de su pueblo, mismo rol para todos los tabúes alimentarios. En otro de sus trabajos buscó demostrar como las religiones monoteístas podían conducir a la intolerancia y al extremismo, pues a su juicio las religiones monoteístas siguen una lógica totalitaria, lo que exigía eliminar adversarios a cómo diese lugar, incluso a través de marcar los hábitos alimentarios pues sin duda “la cocina de un pueblo y su aprehensión del mundo están ligadas”[6].

En el texto Sacrifices et interdits alimentaires dans la Bible, aux origines du Dieu unique, Soler se centra en los significados de las prohibiciones alimentarias y los ritos sacrificiales en la Biblia. “Las reglas alimentarias están relacionadas con las creencias religiosas que permitieron que tribus semíticas más o menos emparentadas se convirtieran en un pueblo unificado, algunas generaciones después de la huida de Egipto”[7].

Pone en evidencia el uso simbólico de la alimentación en los comportamientos rituales de los hebreos y afirma que los sacrificios hebraicos son claves para comprender la civilización occidental que “reposa sobre la creencia que el Dios de los judíos a sacrificado a su hijo para dar a los hombres la vida eterna, evento sobrenatural recordado cada día en el sacrificio de la mesa”[8].

Él descarta “falsas pistas” como la de la higiene y afirma que “el acercamiento estructuralista parece clarificador”.  Cita que ni las razones médicas serían plenamente justificables para casos como el del rechazo del cerdo (aunque es verdad que mal cocido puede transmitir una enfermedad), pero no aplica por ejemplo para el camello. Recuerda como éste último era consumido por los árabes y el cerdo por los griegos, quiénes incluso lo ofrecían en sacrificio a sus dioses.

El libro de Soler comienza de hecho con un recuento histórico a partir de la Biblia recordando que primero sólo Dios podía comer los seres vivos en forma de sacrificio, ese era su alimento, y los hombres sólo podían ingerir vegetales.  Pero es Dios quién autoriza al hombre a comer carne tras el diluvio universal, el momento de la segunda creación. Esto no puede verse como una recompensa tomando en cuenta lo que él llama “el instinto del mal que está en el hombre”. Es más “una concesión de Dios a la imperfección de los hombres”[9]. En todo caso el hombre no comerá la sangre de los animales pues esta parte queda reservada a Dios (sangre:alma. La sangre incluso para el cristianismo se convierte en un corpus conductor); conservando así la distancia Dios-hombre que es uno de los pilares de la religión hebrea, y tampoco comerá ciertos animales (los carnívoros sobre todo porque sería la doble impureza, aunque con el criterio de la “pezuña hendida” también elimina a ciertos herbívoros. La pata es vista como una “tara”, y la pureza de define como la ausencia de “tara”).

Queda igualmente prohibido que el hombre consuma animales muertos o que cueza el cabrito en la leche de su madre, así como ingerir un animal “puro” pero con alguna anomalía con respecto al modelo de la especie[10].  El jugo de las uvas (vino) queda bajo sospecha y rechazan igualmente la fermentación que también es vista como “tara”. Tampoco admiten los productos híbridos, razón también por la cual rechazaron a Cristo como el híbrido absoluto (un hombre es un hombre o es Dios), o que rechacen hoy la homosexualidad.


Conclusión

Para comenzar hay que reconocer que ambos textos evidencian la relación entre la antropología social británica y la etnología francesa, hijas de Durkheim, que por largo tiempo no se frecuentaron por miedo de contaminarse. De hecho la mirada británica difiere de la francesa porque la primera tiene “espíritu de familia” basado en la unidad de su potente corpus intelectual.  Por el contrario la etnología francesa recoge clanes totémicos altamente diversificados, con lenguajes inclasificables, bajo un clima competitivo en el que se rompe usualmente con los antecesores.

Ahora, en términos de las apuestas conceptuales es claro que los hebreos debían distinguirse como reza Números, 23, 9: “un pueblo que habitará confinado y no será contado entre las naciones”, por eso “los israelitas no deben compartir la comida del goyim (término hebreo para referirse a lo que no lo es. El alimento que les es prescrito sirve como aislante”[11]. La alimentación se pone a la altura de “la circuncisión  y la institución del Sabbat”[12].

Y es que un signo alimentario (social) no puede comprenderse aisladamente, sino en relación en este caso con los demás pueblos que co-existían en la época y territorios que los hebreos. Yo me atrevería a hablar de un rol geo-político sobre todo cuando no hay tierra, y no es la geografía uno de los elementos claramente definitorios de un pueblo-nación.

Asimismo y de forma posterior, es claro que el cristianismo nace del seno del judaísmo, y “por nacer de su seno debió romper con las estructuras que aislaban los hebreos de otros pueblos”, incluyendo una mayor apertura alimentaria.

Soler diría en su aporte al texto Historia de la alimentación que “la alimentación de los israelitas, lejos de derivarse de consideraciones nutritivas, médicas o gastronómicas, es esencialmente, como Leonardo da Vinci afirmaba de la pintura, ´algo mental´” (p.94); yo diría que es algo político y lo sigue siendo no sólo en la Tierra Prometida.



BIBLIOGRAFÍA

DOUGLAS, Mary. De la souillure, essai sur les notions de pollution et de tabou.  París: FM/Fondations, 1981. 193 p.

SOLER, Jean. Sacrifices et interdits alimentaires dans la Bible. Aux origines du Dieu unique, tome 3. París: Hachette Litteratures, Pluriel. 239 p.

SOLER, Jean. Las razones de la Biblia: reglas alimenticias hebreas. En : Historia de la Alimentación, bajo la dirección de Jean-Louis Flandrin y Massimo Montanari. Gijón: Trea, 2011 (2da ed). P. 81-94





[1] Las ideas de “polución” se insertan en la vida social sobre dos planos, uno funcional y otro expresivo.
[2] DOUGLAS, op. cit,. p.10
[3] Para Mary Douglas el cuerpo humano es el lugar privilegiado de toda conceptualización de la mancha.
[4] DOUGLAS, op. cit,. p.15
[5] DOUGLAS, op. cit,. p.23
[6] SOLER, Jean. Sacrifices et interdits alimentaires dans la Bible. Aux origines du Dieu unique, tome 3. París: Hachette Litteratures, Pluriel. p.13
[7] SOLER, Jean. Las razones de la Biblia: reglas alimenticias hebreas. En : Historia de la Alimentación, bajo la dirección de Jean-Louis Flandrin y Massimo Montanari. Gijón: Trea, 2011 (2da ed). p. 86
[8] SOLER,  op. cit,p.10
[9] SOLER, op. cit,p.19
[10] “En la alimentación permitida, la integridad es un elemento de ´pureza´”. SOLER, Jean. Las razones de la Biblia: reglas alimenticias hebreas. En : Historia de la Alimentación, bajo la dirección de Jean-Louis Flandrin y Massimo Montanari. Gijón: Trea, 2011 (2da ed). p. 89
[11] SOLER, op. cit,p. 94.
[12] SOLER, op. cit,p.17