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martes, 30 de octubre de 2012

Todos de guayabera en La Vitrola


Por: Dionisio Pimiento para Portafolio

The Struggle for Sunday Lunch es un maravilloso texto que reflexiona sobre la Gastropolítica a partir de la vida de Nelson Mandela. Una particular reflexión del rol de la comida en la vida social, política, emocional y económica en momentos históricos. Evocación también a las cenas de la paz y la guerra, a los almuerzos de negocios, a los banquetes para congraciarse con el enemigo o con la Iglesia, a las comidas en las que se envenena al opositor o en las que se muestra la opulencia y poderío al posible contradictor.

Esto es justo lo que leo mientras me como, en una de las poco limpias playas cartageneras, una papaya dulcísima servida por las manos maravillosas de una de nuestras palenqueras. Yo, aquí, de pantaloneta colorida y estratégicamente puesta para contener la mayor cantidad posible de “michelines” mientras intento pasar de mi color actual, verde oliva, a uno más coqueto. Yo, aquí, mientras a pasos todo se decide comiendo de guayabera en La Vitrola.

Decido enfundarme en una muy aparente, de lino, gastarme lo poco o mucho que poseo y sumergirme en aquel mundillo de decisores, jet set y otros aspirantes a cualquiera de ambos roles, en una fascinante casona de la Calle Baloco.

Vigas de madera, baldosas relucientes, paredes rústicas, algunas antigüedades, fotos del pasado, entorno colonial, personal de blanco inmaculado, calidez honda en el servicio y por supuesto, Gregorio Herrera, Goyo para los amigos –aunque yo aún no clasifico-, quién me recibe en la puerta como si fuese el Presidente de Panamá quién al parecer se venía en su avión privado a trabajar aquí de 1 p.m. a 8 p.m. antes de ser gobernante (sin duda era parte de su preparación para tan exigente rol).

Mientras el primer sorbo de un mojito bien frío estimula cada una de mis glándulas, escucho aquella música cubana en vivo … oigo son en Cartagena y Cumbia en México o Argentina … ¡esto de la globalización cultural!

En aquella mesa está Mick Jagger con Julio Iglesias seguramente analizando el negocio mundial de la música, mientras del otro lado la Reina Sofía discute de fidelidad con Charlie Sheen. Frente a mis ojos Shakira habla con García Márquez de fútbol y de los editoriales de Vargas Llosa en El País; y Mel Gibson ratifica su obsesión con Cristo y su rechazo a la violencia familiar en una acalorada discusión con John Leguízamo. Ellos y yo … nosotros somos los clientes de La Vitrola y todos portamos por supuesto la guayabera, el uniforme oficial de las élites cuando pisan el Corralito de Piedra.

Todos ordenamos al tiempo: pasan bandejas con ceviche, con causa cartagenera y camarones, y con carpaccio de pulpo; también sirven calamares en aros y salsa picante,  langostinos de tamarindo y, por supuesto, mero, el pescado estrella de la casa, ésta vez a la parrilla sobre un increíble rissotto de coco. A la mesa de Clinton llevan una Ropa Vieja Habanera y a la de la delegación boliviana, en plena Cumbre de las Américas, una botella de vino chileno Cabo de Hornos.

Sí, éste es el encanto de La Vitrola … aquí todo puede pasar, y más con unos mojitos en la cabeza.  Y justamente con el segundo en la mano es inevitable pensar en los orígenes de este afamado restaurante cuando era un pequeño bar familiar y de amigos, con buena música y de tertulia profunda y crítica. Hoy la buena comida une a críticos y a criticados … a veces en la misma mesa y a veces frente a frente. Hoy Goyo saluda a favorables al proceso de negociación con las Farc y a sus máximos enemigos, y todos, sin excepción, piden la famosa langosta de la casa. Esto es lo que pasa cuando te pones una guayabera.