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lunes, 28 de enero de 2013

Comiendo con Britto en el Marriot (Bogotá)



Por: Dionisio Pimiento para Portafolio

Sí, 35 millones cuesta el osito o el corazón de Romero Britto que se vende en el lobby del Hotel JW Marriot, piezas a mi juicio horrorosas pero para algunos tan “chic”. Si de invertir en arte se trata y sobre todo ahora que para muchos es junto con el oro el único proyecto estable, con el mismo dinero del “osito colorido” yo hubiese comprado varias de las piezas del Pabellón Arte Cámara de Artbo, para muchos lo mejor de la Feria este año junto con el ataque de celos entre mujeres que fue llevado al aire por una reconocida emisora y del que salió más que fortalecida la nueva Directora.

Heme aquí sentado, en el lobby, al lado de las piezas de Britto y esperando pasar al restaurante tras haber superado la literal “raqueteada” de la puerta del JW. Con razón Tony Blair se alojó en Colombia en otro hotel pues casi pierdes el apetito con la agresividad con la que te reciben en el Marriot. Entre la requisa, la atención mediocre de mucho del personal y las piezas de arte de Britto lo único que esperas es que el brunch de este domingo valga la pena.

Mimosa en mano comienza este desayuno-almuerzo. Por su precio prometo recorrer todas las estaciones y probar cada pan, cada jamón, cada ensalada y cada postre. Está claro que no me comportaré como él, uno de los dos grandes “cacaos” de este país, quién al parecer alojado en el Hotel ha bajado de sudadera a recoger un par de perritos calientes para subirse a su habitación.

El té mitad leche mitad agua se convierte en mi mejor compañero en esta mañana en la que lo probaré todo: la mozzarella, el jamón, la corvina en ceviche, el tiradito de pescado en salsa de maracuyá y la ensalada de aguacate, tomate y pepino. Mi mesa de madera es mi territorio, aquí todo puede suceder. Ni la música en vivo justo al lado, ni el cantante que sigue sus canciones en el celular, ni las señoras muy “encopetadas” como si no fuese domingo y que apenas comen, logran desconcentrarme de mi tarea de probarlo todo.

La arepita de huevo seguida por el sushi de salmón y queso crema (porque todo es posible) y por último lo mejor de la mañana, el cochinillo. Fantástico. En este punto podrían volver a requisarme y hasta podría pujar por el osito pop art del lobby, y tras pasar varias veces por la maravillosa mesa de postres el delirio me conduciría a afirmar que Britto no es tan terrible o que es más que un mero Blockbuster del arte. El gran responsable es el chef de postres que salió a aconsejarme, el único personaje encantador de todo el Marriot,  y mi amado arroz con leche, el más humilde de los dulces mundiales puesto en valor de oro en este Hotel.

Es tal el éxtasis que no puedo moverme … por horas permanezco aquí, en la esquina de mi mesa. Mientras digiero, mis neuronas vuelven a funcionar y pienso en artistas jóvenes colombianos por los que sí vale la pena invertir y apostar: Nicolás París, Nadir Figueroa, Fernando Pareja y Leidy Cháves de Popayán, Humberto Junca y muchos otros. Son tantos los nombres y las imágenes que llegan a mi mente que el brunch ha cerrado y soy el único en el restaurante. El desayuno-almuerzo desaparece para acoger la “hora del té”. No quiero pararme de esta sillita de esquina, tan abullonada y cálida, así que decido quedarme a ver llegar la otra tanda de señoras "encopetadas" que en domingo vienen al Tea Time del Marriot.

La música en vivo desaparece para acoger sonidos serenos de fondo. El "cacao" de sudadera no volvió a bajar: al parecer un par de hot dogs son suficientes para ser exitoso. Está claro que bajo esta “fórmula” yo nunca lo seré. De hecho ya estoy listo para probar los nueve tipos de té que ofrecen junto con mis favoritos:  los scoones -pero bien calientes- con crema, miel y mermelada.  Sigue la bandeja de sanduchitos con alcaparras, los muffins y las tartas de chocolate.

Una copa de champagne vuelve a conducirme por el camino de la perdición y veo en cada corazoncito de hojaldre una versión de Britto. Aún en este peligroso estado y siendo las 6 p.m. me van indicando que la hora del té es casi eso, una hora, y que ya ha terminado (adicional a que yo ya llevo casi ocho horas allí sin parar de comer). De paso por el lobby y claramente bajo los efectos del champagne dejo mi tarjeta personal: “me interesa el osito. En casa de mi suegra se vería precioso”.