La alimentación es un campo de estudio urgido de
análisis desde la transversalidad, incluida la política, pues sin duda el
escenario o condición como aquí lo llamaremos, ha influido notablemente en el
rol de los productos, los mercados, la cocina, la identidad alimentaria, etc.
Siguiendo la ruta de estudio que propone el francés
Michel Feher, buscaremos en un primer ejercicio relevar algunos elementos de la
comida y su rol en las tres grandes condiciones políticas y por ende económicas, que ha conocido la
humanidad –en Occidente- en los últimos 16 siglos (de la agustiniana, a la
liberal y hoy, a la neoliberal).
Ésta es una reflexión urgente a construir y que
apenas comienza; en la que también recogemos muchas de las posturas en clave de
lectura genealógica propuestas por Foucault en su texto de los años setentas,
Biopolítica.
Empezamos con la condición agustiniana que se
visualiza desde el siglo V como una reacción contra la representación del
cristianismo de las élites sobre todo en Roma. Se veía como el “libre arbitrio” que Dios había dado a los hombres, podía ser un riesgo para la Iglesia
así que sienten como necesario construir una nueva representación humana basada
en la culpa versus la caridad. Esta condición reivindica expresiones como
pecado original[1] en
múltiples ámbitos humanos incluido el de la alimentación, tema que ha sido
estudiado por el francés Florent Quellier. Se ponen sobre la mesa todas las
culpas, no se valoran los productos que vienen de la “tierra” y se explicita la
idea de la gula, a pesar de las limitaciones en calidad o variedad de la mesa
campesina, y de los excesos en las mesas de las monarquías, las élites y las
iglesias.
En la visión agustiniana, que es hasta hoy la que
más duró en el tiempo, se legitima el poder del clero, el mismo que por dinero
permitía que ciertas élites comiesen leche, carne o queso en días magros o que van
admitiendo algunos de estos productos en las dietas de los viernes o las
cuaresmas por presiones políticas, económicas o de gusto de varios actores
relevantes.
La condición liberal aparece en escena fruto del
desarrollo de la economía sobre todo en los siglos XVII y XVIII, bajo el
liderazgo intelectual de algunos como Adam Smith. Su razonamiento básico afirmaba que el hombre
y sus deseos violentos hacían que
“estuviésemos dominados”, por lo que proponían desde un racionamiento
instrumental, “ser económico y austero (…) no dejarse llevar por los deseos”. Esta
condición propone entonces la “necesidad de un gobierno para convertir nuestras
pasiones en intereses, y que las personas respeten los acuerdos”.
Éste es el periodo de la alimentación industrial,
así como de la cultura victoriana; es el momento de racionalizar el deseo.
Vendrían entonces los años en los que se confiaba
todo, incluida la alimentación, a “la mano invisible del mercado”. Se buscaba una
mayor producción de comida a precios más bajos. Todo era administrado por ese
mercado y la singularidad no era una búsqueda.
Era la época en la que debíamos “hacerlo todo por
el Estado-Nación” lo que coincide perfectamente con el periodo de la obsesión
por construir una identidad nacional, una cocina y un plato nacional sin
importar si era en la Italia recién unificada, en Cataluña o en las inestables independencias en América.
Se hacen evidentes las fragilidades del capitalismo
y surgen procesos contra-revolucionarios de diversa índole con evidentes
influjos en el mundo de la alimentación: el periodo romántico y el deseo de
regresar a la vieja moral o al periodo agustiniano; el socialismo y la
conciencia de un hombre y de sus deseos que pueden ser intereses; y los
primeros movimientos feministas que luchan por el derecho al voto o al trabajo,
entre otors[2].
El imperialismo, el feminismo y el paso del nacionalismo
al regionalismo, anuncian el paso a una tercera condición, la del
neoliberalismo, la misma en la que estamos aún insertos a la espera de la
siguiente[3].
En esta transición es vital el rol del fordismo y la idea de “placer inmediato”
que propone. Los obreros son vistos como los primeros consumidores de un
automóvil o de los alimentos, y para esto necesitan tiempo para poder “consumir”
y “disfrutar”. Bajo el disfraz de una
“sociedad del bienestar” en los años 30´s y 40´s se invita a ese obrero a “consumir
para poder compensar las externalidades injustas”, y es así como esos obreros
de Ford tienen tiempo libre para poder comprarse un auto por supuesto marca Ford,
salir a un restaurante o tomarse un café en el centro de nuestras ciudades como signo de distinción. El modelo fordista
entra en caída en parte por la crisis del petróleo de 1973 y por el aumento de
las tasas de interés en el 79 en plena fase monetarista. El planeta vive una
gran recesión y se liberan los capitales internacionales que habían estado regulados.
Estos capitales ahora pueden circular y entramos en la condición actual: la
neoliberal.
Para muchos analistas el nacimiento del neoliberalismo
se instala en el mítico año de 1979 con predicadores como Margaret Tatcher o
Milton Friedman. Éste es el periodo de la desregularización de los mercados, de
la gouvernance de la empresa y de la
nueva gestión pública en la que incluso estorba la idea de la democracia.
Cuánto más frágil sea el sistema, mejor para la sociedad del espectáculo, del
simulacro y del “valor agregado”; todo un discurso que por supuesto ha llegado
al mundo de la alimentación.
Éste es entonces el periodo de las “ideas” y de “la
propiedad intelectual” en el que hablamos del terroir de forma renovada –casi obsesiva-; en el que todas las
regiones compiten por su sello de denominación de origen pues la alimentación se traduce en turismo,
competitividad territorial, inversión extranjera y empleo. Es la época en la que en paralelo la oferta se
globaliza y homogeniza, o en la que las multinacionales de la comida alcanzan
ventas extraordinarias y, al tiempo, surge en contra-corriente la idea de lo
“auténtico”, discurso que termina igualmente devorado por los mercados: se
convierte en capital el no capital. La condición neoliberal impone crecer a través
de créditos así como el consumismo en un círculo vicioso-virtuoso que no
concluye; es el momento de obsesionarnos por atraer las grandes inversiones o
capitales a una campiña en Hungría alrededor del vino Tokaj; de inscribir una
compañía de fast food en las bolsas
de valores; de promover la cocina de una pequeña Región pues como lo afirma
Zigmun Bauman lo que interesa a los inversores son los múltiples polos; o de probar una vino espumoso que es propiedad
de una empresa que hace bolsos de lujo y que a su vez es propiedad de un grupo financiero.
El neoliberalismo es el periodo del máximo poder
para el sistema financiero, el mismo en el que sus pérdidas siempre se
socializan; en el que curiosamente el precio aumenta en la medida en que la
demanda aumenta, y viceversa (lo contrario al modelo liberal de oferta sube y
precios bajan y a la inversa).
Éste es el periodo del placer al tiempo que morimos
de anorexia y bulimia como expresión del disfrute cortoplacista propio del
neoliberalismo. Es el momento de teatralizar y poner en escena el mercado para
las hordas de turistas que buscan fruta decorada y fuera de estación a 1 dólar. Ahora es cuándo más hablamos, escribimos y
racionalizamos el proceso de comer a pesar de ser el periodo en que menos
cocinamos; volvemos a los productos de la tierra tan odiados antes y vamos
desarrollando fobias a la manera de modas contra todos los alimentos (carne,
leche, grasas, café, etc.). Es en la condición neoliberal que “co-existe” la
preocupación sobre la cantidad de comida ante la expansión demográfica para
alimentar a la humanidad que somos y sobre todo, la que seremos en el 2050; y
la preocupación de la calidad para unas élites cada vez más minoritarias
–económicas e intelectuales usualmente- obsesionadas por la trazabilidad, por
la singularidad, por el terroir, por
lo slow, lo green, etc.
Toda forma de gobernar parte de una visión de la
condición humana, y esa forma de gouvernance
política tiene efectos obvios en la vida económica, social, cultural, y por
ende, en nuestra manera de aprovisionarnos, de relacionarnos con la comida, de
vivir la comensalidad, de ir a un mercado o de elegir una lechuga. El lazo
evidente entre la condición política y nuestra vida profundamente cotidiana, lo que nos exige poca inocencia en estos
terrenos y gran conciencia del entorno.
[1] La gula, el pecado de sentir placer comiendo, en
estrecha relación en el nacimiento del concepto con el lujo y el placer sexual.
[2] Un momento político-económico de importantes
efectos históricos en la alimentación mundial.
[3] Es de anotar que cada una de estas tres
condiciones ha tenido una duración particular y que la primera se extendió por
varios siglos, la actual sólo ha durado algunas décadas.