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viernes, 20 de agosto de 2010

¡EN BUSCA DE NUESTRAS RAÍCES! A PROPÓSITO DEL BICENTENARIO

¡EN BUSCA DE NUESTRAS RAÍCES! A PROPÓSITO DEL BICENTENARIO
Texto publicado originalmente en una versión editada en COCINA SEMANA,
revista de gastronomía del grupo SEMANA.


Por: Dionisio Pimiento (dionisiopimiento@gmail.com) / dpimiento.blogspot.com

Mucho se ha dicho y escrito sobre el Bicentenario sin que para la mayoría sea claro lo que “festejamos”. Importante que algunos se diesen a la tarea de revisar qué es y si amerita o no festejos.

En particular desde la gastronomía se ha explorado lo que se supone se comía en el siglo XIX y se ha intentando motivar una reflexión sobre lo que hoy comemos a propósito de nuestras raíces.

Para el caso de Medellín siempre nos hemos sentido “pletóricos” al hablar de nuestra comida típica, exaltando las parrilladas y la “bandeja paisa”, las cuáles gozan de una amplia y, en general, excelente oferta: Doña Rosa (ahora con su versión express de centro comercial), Los Rancheritos, La Gloria de Gloria, Trifásico y hasta pizzas y hamburguesas criollas con una abundante ración de frijoles.

Lamentablemente hemos recorrido de manera parcial el camino profundo de los orígenes de una comida mestiza que reconozca por igual la influencia indígena, la africana y la hispano-europea. Es por eso que resalto El Otro Sabor, evento que, a pesar de ciertas falencias logísticas, en sus 3 versiones -incluyendo la de 2010- nos ha invitado a un recorrido por estos orígenes. Asimismo aplaudo la consistencia en la apuesta de Bijao por una “cocina latinoamericana” con su chef Andrei a la cabeza; y el valioso y “jugoso” concepto –a juzgar por la dificultad de encontrar mesa- de Queareparaenamorarte, en el que Julián Estrada nos ha llevado a conocer y reconocer los pusandaos, el tamal de Guapi, las distintas clases de empanadas y chorizos, el chupe de papa criolla y el morrillo monteriano. Propuestas como la de Estrada exalta un cierto “orgullo” por lo propio es cierto, pero uno que honra las riquezas culturales de ese invento histórico al que llamamos país, antes que promover cualquier regionalismo reaccionario.

jueves, 19 de agosto de 2010

EL ARTE DE COMER: Los restaurantes de los principales museos de Medellín

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EL ARTE DE COMER
Restaurantes Bonuar del Museo de Arte Moderno de Medellín y

Café Botero del Museo de Antioquia[1]


Texto publicado originalmente en una versión editada en PALADARES,

revista de gastronomía exclusiva para suscriptores de EL COLOMBIANO.



Por: Dionisio Pimiento


Tanto un museo como un restaurante generan experiencias, ofrecen algún tipo de “alimento” (físico, estético y/o intelectual), son representantes de un estadio muy sofisticado de la cultura e incluso pueden propender por la conservación del patrimonio material e inmaterial de una sociedad.



Este “maridaje” se ha vuelto pareja indisoluble y en algunos casos el buen viento sopla. Mientras bebo un buen té en casa, recuerdo algunos restaurantes de museos que he conocido: a algunos mi presupuesto me ha permitido ingresar, mientras en otros he debido limitarme a hojear el menú y a darle una “miradita” mientras ceno en el puesto de comida callejera de la esquina.



El MOMA en New York cuenta por ejemplo con varios espacios para comer: Café 2 para degustar paninis y pastas en una mesa comunitaria (las cuales adoro); Terrace 5 al lado de las galerías de pintura y escultura que ofrece un menú de estación; y The Modern[2] elegido en el 2006 como el mejor nuevo restaurante por la James Beard Foundation, que ofrece un menú franco-americano.



El Guggenheim también en esta ciudad, recién ha Inaugurado The Wright (llevando como nombre el apellido de Frank Lloyd Wright, arquitecto-diseñador del edificio del Museo entre otras importantes obras de la arquitectura moderna occidental)[3]. El restaurante continúa con la geometría del edificio de este Museo ubicado sobre la 5ta Avenida, y cuenta con una instalación del artista Liam Gillick. El chef mexicano Rodolfo Contreras diseñó de manera coherente un menú moderno con productos frescos en busca de lo que algunos llaman “la nueva cocina norteamericana”. Por su lado el Guggenheim del País Vasco busca reflejar la riqueza gastronómica de este “país”. Arte contemporáneo y arte culinario conviven al interior del edificio de Frank Gehry en una de las más verdes e independentistas regiones.



Continuemos en tierras españolas, más no vascas. El Reina Sofía en Madrid cuenta por ejemplo con un restaurante moderno dirigido por el mediático Sergio Arola en el que se diferencia el menú de día y de noche, y el de cada estación, pero siempre se busca recuperar la tradición mediterránea bajo una presentación vanguardista. En las noches un DJ acompaña las veladas en consonancia con un Museo en plena conversación con el vecindario de Atocha.



El Centro Georges Pompidou[4] en París tiene en el sexto piso un restaurante panorámico de diseño sorprendente, decorado con grandes esculturas huecas de aluminio pero poco coherente pues allí terminas comiendo thai … y ¿la nouvelle cuisine? ¿Dónde queda una comida más consecuente con la arquitectura high-tech de acero y vidrio del edificio ideada por Renzo Piano y Richard Rogers, y más afín con París?



Pero y, ¿qué sucede en Colombia? ¿Qué tal pintan los restaurantes del Museo Nacional o del Banco de la República en Bogotá? ¿Y en Medellín que se cocina en nuestros museos más emblemáticos? Dejo sobre mi mesita de noche la taza de té qué bebía y decido irme a visitar el Museo de Antioquia y el Museo de Arte Moderno en su sede del Río.



Le doy un vistazo de nuevo a la colección permanente del Museo de Antioquia y visito la exposición A Tres Bandas, una apuesta pedagógica sobre la música latinoamericana en el marco de un Bicentenario que aún nadie entiende. Este rápido recorrido me tiene hambreado así que me instalo en una de las mesas de Café Botero, el cuál si bien no es administrado por el Museo, sí necesita con urgencia una “manito” de su comprometida Directora. En la carta veo lo mismo de siempre: la entrada de champiñones, y los decentes sánduches y pastas. Por fortuna continúan los cafés fríos, y tanto la cazuela paisa como la marinera, además puedo disfrutar de la hermosa vista sobre el Palacio de la Cultura y sobre las ya muy “abrazadas” esculturas de Botero. En este restaurante me siento en los años ochentas cuando pasaban el programa presentado por los doctores Abelardo Forero y Ramón de Zubiría, “El pasado en presente”. El lento servicio me hace explicita la urgencia de Café Botero de renovar su carta y su propuesta, y de sintonizarse con los proyectos artísticos y políticos del Museo de Antioquia.



Rumbo a la Ciudad del Río pienso en la primigenia sede del Mamm en Carlos E., un barrio al que amo. Recuerdo las muchas noches que pasé en el par de bares y restaurantes al lado de las escalinatas que tiene el Museo. Entro entonces a la nueva sede en la que sin duda lo que más brilla es el edificio Talleres Robledo, y en el que ninguna de las exposiciones a la fecha (Garaicoa o Jan Fabre) ha dado buena cuenta de los retos que impone su nave central.



En un lateral del Museo está Bonuar[5]. Me transportó a la New Orleáns pre-Katrina. Jazz-fusión suena de fondo mientras lleno mis ojos con las bellas mesas intervenidas por artistas, con la pared de ladrillo pintada con cal, el piso en cemento simulando el diseño de las baldosas de nuestras abuelas y con las lámparas del techo y los ventiladores de algún paraíso (no fiscal) caribeño. Ni el muro grafiteado del frente me logra abstraer de esta ensoñación.



Pruebo los tamales de raya ahumada, la boronía, el cerdo caramelizado en azúcar de caña sobre bollo de mazorca, y sigo con el pescado con piel de crocante de yuca y el pollo en salsa jerk y arroz ensopado. Remato con un par de postres: murrapos[6] con chocolate y el crumble de guanábana. Quiero regresar mañana a probar el brunch[7].



Periódico en mano regreso para probarlo. Inicio con el pincho de fruta con melado de romero, y con el pan (de chocolate, nueces o vegetales) con mermelada de Feijoa. Sigo con la omelette de vegetales asados aunque me tienta uno de los platos fuertes: salmón ahumado con puré de yuca. Remato con el pie de chocolate y frutos rojos. Necesito una infusión para equilibrar el nivel de azúcar en mi cuerpo aunque quizás beberé la mimosa de mandarina y Chandon, y así dejo equilibrados todos los “niveles” en mi organismo. Incluso quizás relea el periódico y así me quede hasta la hora de cenar para probar la zona burguer. Me espera una de las mejores hamburguesas de nuestro Valle: pan artesanal y carne de gran calidad al término deseado.



Aquí, justo en medio de este Valle que es como una gran batea, pienso en el extreme makeover que requiere el restaurante del Museo de Antioquia. Gracias a la mimosa y al exceso de comida me siento un poco el “rey del mundo”, y sueño ver allí a restaurantes como Bijao o como Queareparaenamorarte, con su interés por rescatar desde la contemporaneidad nuestras raíces. Igualmente pienso en Bonuar y estoy convencido que este restaurante tiene vida propia, aunque quizás no es la apuesta más coherente si se piensa en un museo de arte moderno –cuyo foco parece estar más en lo contemporáneo-, diseño, arquitectura y moda. Algo como el restaurante El Cielo sería conceptualmente más consecuente.



Regresaré a casa caminando. Ha sido mucho lo que he visto y comido. Hay mucho por digerir mental y físicamente.





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[1] Bonuar: carrera 44 No. 19A-100, tel.: 57 4 +235 3577 / Café Botero: carrera 52 # 52-43, tel. 57 4 +5132243. begin_of_the_skype_highlighting

[2] www.themodernnyc.com

[3] Ver las inolvidables imágenes de “La Casa de la Cascada”.

[4] Conocido como “Beaubourg”.

[5] Bonuar es la versión creole –criollo- del francés Bon Noir (buen negro).

[6] Bananos baby.

[7] Esa invención gracias a la que desayuno y almuerzo se hacen uno sólo, y todos los excesos son admitidos.