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sábado, 28 de julio de 2012

Los mejores desayunos en Bogotá


Por: Dionisio Pimiento (@dpimiento/twitter) para la revista Volar de Satena

4 de la mañana, de la madrugada, y ya estoy despierto (o bueno, casi despierto). Rápida ducha, vestirme más o menos decente (espero no ponerme dos pares de zapatos distintos … aún mis neuronas no terminan de conectar) y a correr. Abrigo en mano y llega mi taxi. “Señor al aeropuerto por favor, tengo vuelo de 6 a.m. hacia Bogotá". Me espera una intensa jornada de trabajo. No hay tiempo de tomarse un café ni en casa ni en el aeropuerto.

¡Lo logré! Estoy en la silla asignada y mis zapatos combinan. Todo va bien. La azafata comienza a hablar y yo ya puedo dormirme. Tendré casi una hora de sueño extra … no conozco a mi compañero de silla con lo cuál no tendré vergüenza si acaso en el despegue mi cabeza se instala en su hombro. Aterrizaje. El señor de la silla de al lado generosamente me despierta, creo que mi cabeza le impedía pararse. Enciendo mi celular como todos los demás pasajeros y no, no puede ser. Me cancelan mi cita de las 8 a.m., aquella por la que elegí este vuelo. ¿Qué hacer? Si hubiese un hotel por horas me iría sin pensarlo. La otra alternativa es salir de exploración gastronómica y encontrar los mejores desayunos de la capital.

Llamo un par de amigos, chequeo por internet las sugerencias y defino mi ruta. Tres lugares me esperan esta mañana. Agradezco a quién canceló mi cita mañanera. Mientras subo al taxi me digo con una sonrisilla que ya le he perdonado "tal ofensa". Es más, le agradezco sinceramente la cancelación.

Primera parada, Parque La 93. Vamos con calma. En Oma a parte de un buen café para terminar de despertar y definir el siguiente paso, descubro los maravillosos smoothie de mango y yerbabuena. Último sorbo de este batido de frutas y ya tomo de nuevo mi taxi.

Voy rumbo a uno de los sitios más populares en la Capital, Diana García. Confieso que siempre he tenido una cierta aversión por los restaurantes o las marcas que se llaman como el dueño o inspirador, pero aquí estoy junto a políticos y artistas que lo han convertido en su lugar. El recibimiento es gélido y la atención “apenas” pero la comida compensa. Los panes no me sorprenden pero las mini arepitas de huevo son sencillamente la locura. Quiero probar más: el desayuno tradicional con huevos benedictinos, los chorizos de la casa con frutos del mar, el vol au vent y mi preferido: el mixto costeño bellamente presentado con posta recalentada y más arepitas huevo con hogao.

Estoy ahora listo para la última parada de esta ruta gastronómica mañanera. Es momento de ir al clásico de clásicos, al sitio que no me puede faltar en una fría jornada capitalina: La Bagatelle. Amo sus casas de arquitectura tradicional y con mucha vegetación. No necesito leer la carta, la conozco de memoria: empiezo con un jugo de papaya (de la muy sanadora papaya) o de kiwi. Sigo con la canasta de panes: que no falte ni el croissant ni la baguette tradicional, pero sobre todo que abunde la baguette de chocolate. Cada trocito lo acompaño con mantequilla batida.

Llega a la mesa el exquisito chocolate espeso, en la temperatura y dulzor perfecto. Es momento del plato fuerte: aquí los huevos se preparan con maestría. Son fabulosos con salmón ahumado y salsa de alcaparras. Son inolvidables los benedictinos poché sobre tostadas de pan integral con queso crema y, sin duda, la versión cocotte en salsa de queso y gratinados con mucho gruyère, es más que pecaminosa.

Siempre he reconocido lo bien que se come en Bogotá así que sólo por estos desayunos eternos vale la pena venir, incluso, en vuelo de las 6 de la madrugada.  Gracias por cancelar mi cita de las 8 a.m. Seguiré agendando encuentros a esta hora confiando que no se pierda la tradición y que hayan más anulaciones de último minuto. Por lo pronto aún hay un lugarcito en mi estómago … quizás sea ahora yo quién cancele el resto de citas de la jornada. “Un cald de costillé por favor” … esto apenas comienza.