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viernes, 15 de junio de 2012

El mapa y el territorio. La crítica gastronómica a El Astor


Por: Dionisio Pimiento para Paladares, El Colombiano

Tengo entre manos la novela El mapa y el territorio del polémico Michel Houellebecq, uno de los enfants terribles de la literatura mundial actual.   Quiero devorarme sus 377 páginas con la misma pasión con la que devoro una barra de chocolate al 90%. Quiero recorrer sin pausas el texto que habla de la relación del hombre con el trabajo y la productividad, de la vida y las ocupaciones, y por supuesto del arte y la gastronomía. Quiero llegar pronto a aquel punto en el que un hecho insólito le da un vuelco a la historia, convirtiéndola además en un apasionante thriller. Quiero encontrar un lugar de mi Medellín en el que me sienta como en casa, en el que pueda sentarme a leer, sin parar, este libro que interroga tan profundamente el porvenir de un modo lúcido y avasallador.

En ese Medellín que siento como propio, tiene un lugar muy especial Junín no sólo desde las evocaciones por lo que fue, sino también por lo que hoy sucede: tiendas con maniquís XXXL, minutos que se venden a $100 (¡ya hasta el tiempo se puede comprar!), fruterías multicolores, ventas ambulantes y dos lugares icónicos a los que voy con cierta frecuencia: Versalles y El Astor. Y es justamente éste último, el lugar que elijo para sentarme desde las primeras horas de la mañana hasta el cierre pretendiendo leer por completo el libro de Houellebecq.

Del desayuno a la comida: aquí estaré leyendo mi libro al frente del hall de la fama de la Repostería El Astor. Todos, sin duda, hemos pasado por aquí. Este lugar ha hecho parte de la vida de quiénes hemos habitado esta tierra, claramente anclado en nuestro mapa de esta Antioquia. Fue el café de las élites para tertuliar y decidir, el lugar de encuentro de las mujeres para confesar cuitas y el premio para los más pequeños en sábado. Fue sinónimo del Centro de Medellín que hoy busca conquistar no sólo a las nuevas generaciones –tarea muy compleja pues los sapitos verdes deben competir con la anorexia y con los mini cup cakes- y también adaptarse a un consumidor que huye del Coltejer y la Avenida Oriental. 

Confieso en todo caso que le falta calidez a sus sedes de El Poblado, Laureles o a las demás de centro comercial, por lo que sigo prefiriendo ir a juniniar hasta su tradicional sede. Confieso igualmente que sus locales de aeropuerto me han salvado más de una vez “la vida” y he sido recibido con “sinceros abrazos” gracias al moro de vaca, los besitos de negro, el cucarrón y los huevos de chocolate, los bombones, los mazapanes, las galletas, las trufas, el turrón y claro,  los ratoncitos de aguardiente.

Pero empecemos la lectura que hoy nos ocupa. “El mundo está harto de mí y yo estoy harto de él”, ésta es la dedicatoria de Houellebecq citando a Charles D´Orleans. La lectura comienza con un vaso del tradicionalísimo jugo de mandarina (me debato entre éste y el que se consume en DeLolita como el mejor de la ciudad). La vajilla llega hirviendo por el lavado a vapor (con razón mi tía, la muy escrupulosa, siempre ha alabado la higiene de este sitio).

A medida que voy devorando páginas voy devorando también todo el menú del Astor. Mientras,  miro a ratos a mi muy peinada pero afanadísima mesera, vestida por supuesto en tonos ocre y rojo. Sin duda ella y yo vamos hoy a velocidades muy distintas.

Leída la primera parte. Termino el sándwich de pollo con salsa bechamel, ensalada y papas (que espero sean rústicas y no de paquete) con salsa de tomate (por fortuna el libro es maravilloso y no me detengo a pensar en que la salsa es de marca …. con lo sencilla que es hacer una buena versión casera). Sigamos leyendo.

La segunda parte del libro la acompaño con una quiche de quesos; la tercera con el sándwich Astor, el cuál a su llegada a mi mesa, digamos, me sorprende, me roba una sonrisa. Debo confesar que sabe mejor de lo que se ve este bocadillo con pan sencillísimo, jamón,  queso, huevo y mucha salsa de tomate. Ataquemos el epílogo del Libro.

“Después todo se calma, sólo quedan hierbas agitadas por el viento. El triunfo de la vegetación es absoluto”. Fin. Así concluye el libro y mi jornada en El Astor.

7 p.m. y ya van cerrando. Alcanzo a ordenar la reina de reinas: la torta sacher de chocolate (“pero en forma triangular por favor”). ¡Cuánto ha cambiado Medellín en estos años! ¡Cuánto ha buscado el Astor adaptarse a la vez que quiere conservar lo que le hizo ser “el lugar”! ¿Lo logrará? Reto mayúsculo, pero quizás como en el libro … “después todo se calma”.   


lunes, 11 de junio de 2012

Homenaje a nuestros meseros

Por: Dionisio Pimiento para Cocina Semana

Cuánto hablamos de los restaurantes como espacio físico, de las cartas, de los maridajes, de los chefs o del producto, y que poco lo hacemos de los meseros, aquellos que están frente a frente con el comensal, que dan la bienvenida y el “gracias, hasta pronto”. Aquellos que se aprenden tu nombre y te hacen así sentir como en casa llegando incluso a recordar pequeñas cosas como la bebida preferida o un gusto en particular, y algunas no tan chicas como una alergia o una intolerancia alimentaria. Aquellos que tienen el “criterio” tanto para aconsejarte como para desaconsejarte un platillo, y que son incluso capaces de manejar con elegancia a un comensal pesado (yo incluido). Aquellos que más que recitar de memoria un texto, lo han asumido, lo entienden  y sobre todo, viven intensamente el restaurante, conocen su historia y,  sin duda, han probado sus preparaciones.

Podría evocar malos recuerdos pero hoy prefiero homenajear a aquellos meseros que admiro por su profesionalismo, por su puntualidad, por su agilidad, por su presentación impecable, por su sonrisa y por su asertividad en los momentos complejos.  Hoy postulo a tres meseros maravillosos, pero sin duda podrían ser más:

1. Al primero hace poco me lo encontré en La Albufera de Valencia, pero se formó en los manteles de El Chuzcalito. Un hombre amable y recursivo, que está siempre al servicio del comensal. 
2. Un hombre de “poco cabello” que atiende en El Chuzcalito. Habría que decir que tiene un humor maravilloso; es sin duda, más divertido que el dueño del Restaurante.
3. Juraría que es pastuso pero lo conocí primero atendiendo en Mezeler y tras su cierre, fue contratado en el Restaurante Carmen. Es el “mesero de meseros”, el mejor de Colombia en mi opinión.

¿Y a tu juicio, cuál es el mejor mesero del País?  Postulémoslos: @dpimiento/twitter