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lunes, 7 de enero de 2013

Es mejor ser rico que pobre


Del “sabio” Pambelé a nuestras aerolíneas
Por: Dionisio Pimiento (@dpimiento)

Cuando te subes a un avión la enajenación es absoluta. Tu vida no sólo depende del trabajo hecho por los mecánicos, del grado de atención de los de la torre de control o de la pericia de los pilotos, sino y en gran medida de quiénes han elegido, preparado y sirven el menú. Sino mueres de una mala digestión, te mata la hambruna o la tristeza ante tales propuestas gastronómicas. Cada vez creo que la escena que una vez juzgué tan cruelmente, es la solución más inteligente: llevar la propia olla con pollito sudado y abrirla justo cuando se sobrevuela el Atlántico. Incluso los pilotos se sentarían a mi lado.

Para comenzar ya hay que agradecer que algo te den pues usualmente te debates entre el agua, el café y uno de los jugos de paquete que por sus extrañas mezclas sólo se consumen en los descansos de los colegios y en los vuelos Medellín-Bogotá. Yo por eso cada que puedo entrar a las salas VIP me como casi como en acto de venganza, todos los mini-wraps, canapés y sanduchitos ofrecidos con algunas bebidas “alicoradas”, y me empaco la dotación semanal de maní. En el vuelo sé que sólo vendrá el “silencio gastronómico”.

Ahora, si el vuelo amerita comida puede ser que como en la lotería, te toque desde el sánduche quemado, cuasi vomitivo, de American Airlines; pasando por un decente desayuno de Copa; hasta la oferta de helados Häagen-Dazs y los bocaditos de salmón de Air France.

En un reciente viaje trasatlántico pude  regresar en first class pero ir en last class (conocida como económica o clase turbina o baño … es decir, entré en el vuelo casi de milagro a pesar del monto del pago). Y es que las de la “capa roja” me hicieron vivir la peor experiencia que empieza desde un call center sin respuestas, siguiendo por las ofensas en el counter a cargo las señoras M. H. Uribe y A. Guerrero, para que luego el agresivo sargento Becerra de la Policía Nacional en el nuevo Dorado le pusiese la “cereza” a un viajecito inolvidable. ¿Para que sirve acumular lifemiles y tener tarjetas Gold, Silver o de cualquier otro metal si siempre terminan por maltratarte los de esta Aerolínea?

Ya en el vuelo pocas cosas podían llegar ser peores que los momentos previos, pero con el menú ofrecido se superaron. Pan insípido y frío tanto en la cena como en  el desayuno,  y ensalada calculada, sin encanto y con una pésima vinagreta de paquete. Pollo tan cocido que ya parece sospechoso. El postre ni me atrevo a probarlo. Ésta será noche de dieta mientras prefiero sumergirme en lo único decente de nuestra aerolínea: el servicio de entretenimiento y la revista.

Yo que tanto decía que lo peor de la aerolínea era el horroroso uniforme rojo y el mal trato, ahora pienso en su no-comida mientras me voy quedando en ese estado en el que todos parecemos simular que dormimos, excepto aquel colega de viaje que hasta ronca.

La rápida mañana de estos vuelos nos saluda con un buen café en vaso mordisqueado, algunas frutas artificiosamente dulces, un huevo de plástico y mantequilla de marca (lo mejor del menú).  Será agradecer llegar sano y salvo ¡Y yo que creía haber pagado y bastante por este vuelo! Ahora a ocuparme de que mi paladar olvide pronto tan triste experiencia.


Cuando ya me había repuesto y hasta llegaba al Aeropuerto con un menú empacado entre mi maleta de mano comienza el viaje de regreso, pero esta vez en clase Ejecutiva. 

Tapete rojo, agilidad en la fila y un sorprende trato amable por el personal. ¡Cómo cambia la atención de una misma empresa! Sala VIP y ni rastros de M. H. Uribe, A. Guerrero o del sargento Becerra


Ingreso prioritario y ya estoy en la comodísima silla que se extiende hasta el infinito y en la que no se finge pues sí se puede dormir. De bienvenida una infinita sonrisa pepsodent y la demanda de mi abrigo para colgarlo debidamente. “¿Desea Usted champaña o limonada de coco?". Mientras despegamos ya hay en mi mesa plegable pistacho y maní. No más alcanzar la “velocidad de crucero” y empieza el desfile de platillos bastante decentes: rollito de atún, vol au vent con pollo, mero a la plancha con puré de papas, y uvas y quesos. El pan aquí se sirve caliente. Antes de dormir es momento del helado de vainilla con salsa de chocolate y de más vino sauvignon blanc. Si por alguna inexplicable razón no puedes dormir en tal silla plegable, con esta cobija y sin el amigo roncador,  puedes disfrutar de bebidas y canapés ilimitados. El vuelo se te hace corto y pides que nunca termine.

Antes de aterrizar el buenos días te lo dan con tal dulzura y calidez que vez aquel como el más bello de los uniformes. Tu día comienza con rodajas de manzanas rojas y verdes, y jugo de naranja. Café, te y chocolate, omelette con champiñones, croissant caliente con mantequilla, yogurt, dulces y todo lo que quieras.

A pasos el pan frío y el huevo plástico son el menú oficial. Se confirma la lúcida frase de nuestro “sabio popular” Pambelé: "es mejor ser rico que pobre". Y también es mejor elegir otras aerolíneas que respeten más a todos sus viajeros y que no se sientan en el peligroso terreno del “monopolio” porque sino ... todo puede ser peor.