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sábado, 23 de julio de 2011

Vida de perros

Vida de perros
Por: Dionisio Pimiento (@dpimiento)para Cocina Semana
Heme aquí en esta tierra que perdimos en 1903 y que hoy buscamos reconquistar atiborrándonos de perfumes, pc, i-pods y ropa. Heme aquí en el aeropuerto Tocumen, en
Ciudad de Panamá.
Mientras los demás paisas se gastan hasta su último dólar, yo espero mi conexión comiendo uno de los más insípidos y maravillosos perros calientes: mi Flying Dog. Para mí es un vicio pagar US$3,25, desenrollar el papel metálico en que los envuelven y disfrutar el pan caliente acompañado de una salchicha sencilla con mucha mostaza y un poco de salsa de tomate.
Regresando a casa pienso en los mejores hot dog de Medellín. Vienen a mi mente Las Perras de Envigado (justo al lado de La Bota del Día o en el Colegio San Marcos). Si lo quiero más petit y refinado elijo el de guacamole y cuadritos de tomate al costado de la Iglesia de El Poblado. Si lo quiero “consistente” llego hasta el puente de la 33 o a Marta Puntico. Dogger siempre será uno de mis favoritos: por sólo $4900 disfruto un perrito sencillo que “engrandezco” con las cebollas, las salsas, ajíes y el ripio de papa. Qué lástima el lentísimo servicio de El Corral pues el rey de reyes para mí es el perro Vaquero con la tocineta finísimamente picada.
Así las cosas, lo acepto…. ¡La vida de perros no es tan mala como la pintan!

domingo, 17 de julio de 2011

CUBA, SIN RESERVAS

CUBA: SIN RESERVAS
CUBA SIN RESERVAS
Por: Dionisio Pimiento
@dpimiento
dionisiopimiento@gmail.com

Sin duda se puede recorrer Cuba sin que uno se percate que se está allí, sintiéndose en cualquiera de las islas del Caribe (excepto por supuesto Haití que es caso aparte y muy doloroso). De hotel en hotel extra caro o bajo planes “todo incluido” dónde uno puede atiborrarse de comida como los millones de canadienses clase media que visitan la Isla, uno se sentiría en República Dominicana o Cartagena. Pero decido no recorrer así este País que tantas preguntas me genera, alrededor del cual se construyen y destruyen tantos mitos.

Bienvenidos a este viaje de extremos, a este País en que recibes todos los “sí” de sus gentes y todos los “no” del gobierno, las instituciones y las entidades financieras. Solo hasta estar en Cuba comprendí que un "no" es un "no". Bienvenidos a Cuba, el país de la charanga habanera, de la máxima calidez humana y a uno de los destinos más capitalistas del mundo gracias al turismo, a pesar de una lucha socialista que giró hacia el comunismo y que hoy es fidelismo –como lo dicen sus habitantes-.

Prometo un viaje de extremos y así será. Parecerá mi narración seguramente inequitativa como este País, en el que si se trabaja en ciertas actividades, se tiene casi todo. Comencemos este viaje en el que recorreremos juntos ciertas apuestas gastronómicas en La Habana, Varadero, Viñales y Trinidad.

Aterrizo en La Habana y a cambio de quedarme en el tradicional Hotel Nacional o en el Habana Libre (antiguo Hotel Hilton), decido alojarme en un pequeño apartamento que alquilan legalmente en Nuevo Vedado, barrio que evidencia en cada una de sus construcciones art-deco, el brillo de su pasado. Preciosos amaneceres en el que sólo se lee el periódico oficialista Granma y se ve en la televisión las noticias sobre Fidel y su resurrección física, pues su imagen omnipresente nunca se fue. No hay nada en mi nevera así que decido ir en busca de un poco de comida. Para lograrlo debo primero cambiar mis dolaritos -hoy tan devaluados-. Cuánto lamento no tener dólares canadienses, única moneda aquí que al convertirse por CUC´s -la moneda de uso para el visitante-, no tiene retenciones. Con mis dólares pierdo un 20% y de tener euros sería un 10%. Estando aquí voy descubriendo que mi tarjeta débito no funciona en todo el País y que si mi tarjeta de crédito es de origen norteamericano, tampoco pasará. Sin duda ahora el bloqueado, soy yo. También voy percatándome de lo costoso que es todo aquí, cuán inalcanzable es todo para el cubano promedio que vive con US$15 al mes y para mí, turista latinoamericano.

La visita al supermercado me da escalofrío. La góndola de rones es infinita, todo es posible: están los blancos, lo añejos, botellas de todos los tamaños. Las demás estanterías están claramente más "aligeradas": tomo un paquete de pasta -de la única marca que hay, cuatro tajadas de queso amarillo que han sido empacadas en una bandeja -aunque al pagarlas creí haberme equivocado y que estaba en un supermercado colombiano comprando cuatro lonchas de jamón de bellota-. El pollo mal empacado también va a mi cesta así como una lata de chorizo asturiano que me hizo muy feliz al verlo, pero no tanto al comerlo presuroso, pues descubrí que su fecha de vencimiento llegaba -aunque al abrirlo supe que el buen sabor y la estética del producto ya se habían ido-. Tengo antojo de huevos para mi desayuno, pero es imposible hallar uno sólo. Mantequilla y una barra de pan completan mi compra, lo mejor sin duda.

Debí equivocarme, ir al supermercado erróneo, así que me dicen que es día de mercado callejero. En una especie de lote vacío funciona ciertos días de la semana en esta plaza dónde compraré frutas y verduras. Aquí están los verdaderos cubanos y también se hace presente el desastre del sistema agrícola del País a pesar de los esfuerzos que hiciera el Ché Guevara en tal sentido antes de morir: sólo algunos tomates estropeados, yuca que prepararé con mojo(1) -como manda aquí la tradición- y mucho boniato (ingrediente central del fabuloso postre cubano "boniatillo"). El 75% de las tierras del país están cubiertas de marabú (2), haciéndolas no propicias para el cultivo. Fue imposible hallar una sola naranja para el mojo, aunque luego las vi todas, tendidas en el campo, perdiéndose, sin que nadie las recogiese, en la ruta Varadero-Trinidad.

Ingenuamente fui en busca de una carnicería, pero en pocos minutos entendí que no comería res en las siguientes dos semanas. Su consumo está prohibido, y de hacerlo yo terminaría expulsado y el cubano que asesinase la vaca terminaría en la cárcel, o habría que buscar un trozo de carne en el “mercado negro”, cocinarlo y comerlo con ventanas y puertas cerradas para que nadie me delatase. Comprendiendo que estaba en la India caribeña (vale anotar que no son motivaciones religiosas las que prohíben el consumo de res, sino decisiones erróneas del pasado que provocaron su casi extinción en la Isla) decido buscar una langosta: me saboreaba al imaginar una buena colita a la placha bañada en una sencilla mantequilla casera con algunas hiervas: estoy en una isla, ¿no? ¡Vamos por una bien fresca! Mis delirios concluyeron cuando supe que su consumo también estaba prohibido para los locales pues están destinadas a la exportación. Así las cosas mi dieta por lo próximos días se basará en el "puerco" (su manera de llamar al cerdo), aunque su precio es realmente muy alto.

Mis intentos fracasaron, así que opto por irme al extremo: buscar los restaurantes más renombrados de la capital y así probar las delicias de la comida cubana. Mi recorrido comienza en Rosa Lía de Castro, centro cultural en pleno corazón de La Habana dónde pruebo la tradicional "Ropa Vieja"(3) así como los "moros y cristianos" (4) acompañados del helado de coco más suculento jamás probado. Me voy reconciliando con la vida. Ya no quiero parar de comer así que me doy una paradita en la Plaza Vieja para degustar una buena cerveza con brochetas variadas.

A pocos pasos de allí está la Casa del Chocolate, y tras hacer una fila interminable por ingresar quiero devorarlo todo.

Caminando la Isla descubrí dos lugares interesantes: La Torre en lo más alto del edificio Focsa, evidencia del esplendor que vivió la arquitectura y la ingeniería cubana cuando era el prostíbulo norteamericano. Este restaurante afrancesado tiene la mejor vista de toda la capital y resulta la versión cubana de La Coupole de París, o de los restaurantes de los últimos pisos de la Torre Eiffel o del Edificio Montparnasse. Sus precios son para turistas e injustamente inalcanzables para los locales. El segundo lugar, sin duda más excitante y más cercano a todos los bolsillos, es Flor de Loto. Un sitio al que volví y volveré siempre. Ubicado en pleno barrio chino (sí, hay una significativa colonia china en Cuba), está decorado en rojos intensos y su cocina está a la vista de todos en un gesto honesto. Su carta es más que completa y sus platos son generosos. Uno siempre sale de allí con "paquetico" para llevar a casa: maravilloso pues esta será mi cena y mi desayuno de modo que mañana no deba enfrentarme a aquel supermercado y a la plaza callejera.

Es noche de fiesta y no puedo abandonar la Isla sin visitar la icónica Bodeguita del Medio. Con tristeza reconozco que aquí he bebido el peor y más caro mojito del planeta, pero es claro que hay que visitar el sitio por su simbolismo y no por sus cocteles. Remato mi estancia en la capital con una visita al Museo del Ron. Espacio tipo Disney creado por Habana Club, asocio entre el gobierno cubano y empresarios franceses. Rones maravillosos me envuelven y me hacen pensar en la Cuba que fue tan pujante y tan deseada gracias al azúcar.

Mi ruta me lleva a la ciudad más tradicional de la Isla: Trinidad. Son inolvidables sus aguacates siempre maduros -cual mantequilla-, sus calles empedradas y sus playas -mejores que las de Varadero-. Sus noches infinitas de son y de música callejera aún retumban en mi cabeza, y siempre viene a mi mente aquella cena copiosa y maravillosa en una casa de lugareños. Desde una terraza divisando la ciudad, probé unos rosados y carnosos camarones. Incluso aquí son mejores los supermercados que en La Habana.

En el extremo oeste de Cuba está Viñales. Sus hojas de tabaco, la comida sencilla, la gente cálida y un paisaje seductor esperan al visitante.

Este viaje concluye en Varadero. Lo confieso: nunca me conquistó. Hoteles resorts, personas con una pulserita de plástico, bebiendo y comiendo mucho y maluco; espectáculos nocturnos vendiendo la ilusión del gran cabaret; y demasiados canadienses comiendo en un plato más de lo que come un cubano promedio en una semana.

Parto de Cuba. Misión cumplida con el mito del cual puedo dar infinito testimonio de cómo las limitaciones han hecho de su gente, la más cálida e ingeniosa. El humor se ha convertido en la mejor herramienta para sobrellevar las realidades duras de antes, de ahora, de siempre.

Éste no parece un país interesado en un turismo de presupuesto medio, que hable castellano y que quiera dormir en casa de los nativos y así escuchar sus pros y contras frente al mito; pero mucho ingenio, a lo cubano, y algunos ahorros, le permitirán sonreír siempre, a carcajadas como saben hacerlo los isleños, y volverse adicto a la yuca con mojo y al helado artesanal de coco. Comer en casa de los locales será su mejor experiencia gastronómica.


Pies de página:
(1) Mezcla de aceite, ajo y naranja, de preferencia agria, que acompaña de manera suculenta la yuca cocida.
(2) El marabú es un árbol llegado de África a mitad del siglo XIX, que se adueñó de un 1.139.000 hectáreas, muchas de ellas de las mejores tierras de Cuba.
(3) Carne sudada y deshebrada (desmechada).
(4) Mezcla de arroz y pequeños fríjoles blancos y negros.