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jueves, 4 de agosto de 2011

Pequeñas porciones, mucho sabor

Pequeñas porciones, mucho sabor
Por: Dionisio Pimiento (twitter.com/dpimiento) para Decanter

Hace ya muchos años y en tierras lejanas probaba aquel maravilloso caldo de cangrejo aromatizado con jengibre y un poco de sake. Dos extraños instrumentos hacían parte de la “dotación” que había recibido: los típicos palillos que intuía serían para los componentes sólidos y una cuchara ancha de cerámica –quizás en alusión al tamaño de mi boca-. En todo caso trece centímetros de largo y cuatro de ancho me parecían a simple vista, ¡demasiado! Luego descubrí que sería perfecta para tomar copiosas porciones de aquel maravilloso caldo.

En aquel viaje esas cucharas de “sopa asiática” y que venían con preciosos decorados de flores, y en azules o negros, fueron compañeras perfectas para toda clase de caldos y postres jugosos como aquella ensalada de frutas exóticas (rambutanes[i] y kiwis en jugo de naranja, lichi y un toque de almendras).

¡Cuántos años han pasado y hoy vuelvo a encontrármelas! A Colombia su moda ha llegado bastante tarde pues en restaurantes como el Bulli se usaron desde 1992 conteniendo platillos inolvidables: huevos diarios al té, caviar con gelée de manzana, foie gras de pato con maíz frito, encerraditos de chocolate y eucalipto con sorbete de pera, almendras tiernas con aceite de sus raíces, o sus famosos raviolis esféricos, como el de té con cubo de helado de limón o el de flor de sauco con azúcar mascabado[ii].

Ahora no hay coctel o restaurante que no las incluya como contenedor de pequeños bocaditos (sin importar si son fríos, calientes, caldosos o secos). Se han convertido en el mejor reemplazo de la galleta coctelera y en éstas puede servirse casi cualquier preparación: risottos, carnes, tortas, flanes, esponjados o sopas.

Las vemos en Lima en el excelente restaurante Malabar para los sorbetes de cupuazú, fresa, camucamu y granadilla; también en El Cielo en Medellín y Bogotá o en Etxanobe, en el restaurante del Palacio Euskalduna de Bilbao, para comer un bocadito de pechuga de pollo a la canela.

Hoy vienen de plástico, acero, plata, vidrio y de todos los colores, e incluso en versión comestible (de pan, pasta brisée o quebrada, de chocolate, vainilla o jengibre). Las podemos ver contrastadas a la manera del ying y yang; redondas, más cuadradas, en forma de pez o de gota. Su uso promete estabilidad para el comensal, higiene e innovación pues “no se necesitan otros soportes como el pan o las cestas de hojaldre”.

Su uso hace parte de la tendencia de presentar las comidas en platos pequeños sintetizando allí un concepto culinario y con enorme atención a la presentación.

Estoy en casa, tengo mis propias cucharas asiáticas aunque lamentablemente de plástico. Es noche de recibir un grupo de amigos y el sentido estético prima en mí. Quizás tome la receta de À la carte de Villegas Editores y prepare unas empanaditas japonesas de carne, champiñones, salsa teriyaki, cilantro y chile, todo salteado y servido en pequeñas raciones; o quizás simplemente prepare un bocadito de tomate, queso mozzarella y un chorrito de aceite de oliva.

Cero connotaciones anoréxicas. Muchos pequeños bocados y mucho sabor. Todo listo previamente para disfrutar de la velada. ¡Bienvenidos a casa!






[i] Árbol tropical probablemente nativo del sudeste asiático y relacionado con frutos como el lichi o el mamoncillo.

[ii] El azúcar mascabado o moscabado es un azúcar de caña integral, no refinada. Tiene un color marrón oscuro y una textura pegajosa.

Llegaron los venezolanos y trajeron Volare

Llegaron los venezolanos y trajeron Volare[i]
Por: Dionisio Pimiento (@dpimiento) para la revista Paladares de El Colombiano

Años atrás fue el éxodo de colombianos a Venezuela. Caracas era la metrópoli latinoamericana -la sede obligada de las multinacionales- y San Antonio del Táchira, el destino seguro para comprar más que Cocosettes.

Hoy, tengo en mis manos una revista que titula en portada “Llegaron los venezolanos” quiénes “ya se hacen sentir en la industria petrolera, el comercio, la cultura y la farándula” colombiana[ii]. Mi alegría es total pues siempre he considerado a Venezuela como uno de los lugares donde mejor se come en el Continente. Imagino gracias a esta migración, tener un poco del chef Sumito Estevez entre nosotros, entrar en la moda de las “areperas” nocturnas para comerme una “reina pepiada[iii]” a las 3 a.m., o desayunar con las maravillosas cachapas con queso de mano[iv]. Lo que más me emociona es imaginar que gracias a los compatriotas venezolanos, irá llegando poco a poco lo mejor de comida italiana. Caracas es famosa por esto.

Así las cosas me pongo rápidamente unos jeans. ¡Chamo, esta noche yo voy para Volare!

A pesar de muchos problemas con mi reserva (que por lo que he sabido no se respeta mucho en el ristorante), heme aquí sentado en la terraza. Lo mejor al principio de la experiencia (y al final también), es la vista del sitio y el excelente mesero que me atiende. Parece que todo se ha ido normalizando en Volare pues hace unos meses recibía un email de Pablo Martínez quién me contaba que a su juicio era “lindo el sitio pero crudo el servicio”.

Mi noche comienza con un pan bastante normalito que intuyo de supermercado con un poco de aceite de oliva insípido, acompañado de queso rallado y pimienta. Para calentar motores pido una única entrada: un rico parmesano fracturado con serrano y más aceite de oliva.

Ésta es noche de fuertes, así que comienzo con los agnolotti di funghi all'rancio (una estupenda salsa de naranja que confirmo, no es un platillo sólo para mujeres como me lo indicaba el mesero). Sigo con el linguini a la grana padano[v] y remato con los dos platillos más exclusivos de la casa: el risotto a la trufa negra y el penne rigate[vi] a la trufa blanca. Una tristeza trabajar con ingredientes escasos y costosos, lograr salsas aromáticas y suculentas que se sienten en lo alto del paladar, y servirlas con una pasta de mala calidad (casi podría asegurar la marca del paquete). Chamo, hagamos un esfuercito adicional. ¡Qué vivan las pastas artesanales!

Observo la carta de los postres. Están por supuesto los “comodines” que ya aburren: brownie o torta de chocolate con helado. Pruebo mejor “el de la casa”: el tiramisú, por supuesto. Una versión buena pero aún lejana del mejor que he probado en mi vida en Al Mercante en Milán. Cada cucharada fue inolvidable.

Mientras espero la cuenta, bebo una interesante aromática de litchi y observo cada rincón de Volare. Reconociendo el gran esfuerzo, me quedo sólo con la bóveda en ladrillos y con los muros con plantas simulando los jardines verticales del creador francés Patrick Blanc que tan de moda se han puesto gracias a creaciones como el Caixa Fórum de Madrid o el Musée du Quai Branly en París.

Las sillas y las mesas las encuentro pobres; los manteles como de fiesta de quince en casa de alquiler; el televisor prendido me recuerda los restaurantes de Quibdó; y es en exceso obvio el cuadro del beso entre Marcello Mastroianni y Anita Ekberg, en La dolce vita.

Creo que ahorraré un poco y mejor visitaré Venezuela: las vías y la seguridad no son lo que otrora; pero sus restaurantes, Los Roques y el Salto Ángel siempre me seducirán.

[i] Cra 30 # 11 – 16.Mall Interplaza, Transversal Inferior. Medellín – Colombia.

[ii] Revista Semana #1518, 2011.

[iii] Arepa rellena de pollo desmechado, aguacate, cebolla y mayonesa.

[iv] Arepa de maíz tierno amarillo y gruesa. Se come acompañada de jamón, mantequilla o queso de mano –muy fresco, elaborado de leche de vaca y cuajo de oveja. Su consistencia recuerda la mozzarella italiana-, entre otros.
[v] Queso italiano de textura granulosa.

[vi] Tipo de pasta hecha con granos duros y de estructura cilíndrica.