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viernes, 21 de octubre de 2011

Me supo a los Llanos y a Francia

Por: Dionisio Pimiento (@dpimiento) para Cocina Semana

Religiosamente voy cada año al evento Otro Sabor que organiza la Colegiatura Colombiana en el Jardín Botánico. Me gusta tomarle el pulso a sus evoluciones, al público y a la oferta presente en la Ciudad.

En este 2011 el evento me supo a muchas flores al ingreso; a los llaneros, invitados este año con su música y comida (los paisas pudimos probar la carne a la llanera, el chigüiro, la ensalada picante, el majule[1] y los tungos[2] -que venían con cuadritos de piña dulce-). La Feria me supo un poco, sólo un poco, a Francia gracias a los reilletes de porc, la piperade y la anchoiade, a la música de Edith Piaf, y a los crepes de banano y nutella que ofreció Anita bajo un sistema para comerlos casi "imposible" (lejos del facilísimo ya inventado por las creperies parisinas).

Este año lo que mejor me supo estuvo del lado de los emprendedores con el chilacuan (un tipo de papayuela pequeña del amazonas) en postre acompañado con queso, y el aceite sembrado en los municipios de Hispania y San Jerónimo. Igualmente lo mejor estuvo del lado de los Jóvenes Creadores de la Colegiatura con el jugo de arazá y el tamal de piangüa.

Me dejó un extraordinario sabor de boca el picnic en el césped y sobre todo, la importancia de movilizar a los habitantes del sur de esta Medellín excluyente, hacia el norte. El sabor amargo me lo dejó ver la Feria más pequeña. Este año ya no se usó el Patio de las Azaleas.

¡A no desfallecer amigos de la Colegiatura! Gracias por mantener vivo el esfuerzo en una tierra como ésta que no es fácil conquistar.


[1] Bebida caliente y espesa que se sirve en platos de sopa, hecha a base de plátano maduro, cuajada fresca, agua y leche.
[2] Que se preparan con harina de arroz y cuajada fresca.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Noche de chirimía y comida en Quibdó

Este mes Satena dedica sus páginas a Nuquí.
Yo me sumo dedicando estas líneas a Quibdó, esa capital colombiana tan desconocida, maravillosa y controversial.

Noche de chirimía y comida en Quibdó
Por: Dionisio Pimiento (@dpimiento) para la revista Volar de Satena

Alex Pichi me hace bailar como si fuese noche de morir, como si no hubiese límites o cómo si mi cuerpo pesado fuese tan grácil como el de las hermosas chocoanas. Es noche de chirimía y septiembre le va dando paso a octubre: bienvenidos a las fiestas de San Pacho en Quibdó.

Todos me observan de seguro no solamente a razón de mi torpeza en la danza. Me pregunto si habrá resistencias al visitante (en este caso yo) como mecanismo de defensa, pues aunque hay tanta pasión y sonrisas gracias a la música, es claro que éste es su territorio y yo soy el extraño.

¡Este cuerpo ya no puede más! Necesito caminar y especialmente, probarlo todo en esta maravillosa tierra de la Colombia desconocida. Mi nariz me guía mientras la ruta se hace reveladora. Ésta es la ciudad que se han robado tantas veces; es la capital de uno de los grandes epicentros de la biodiversidad mundial sin que esto se traduzca sólidamente en una apuesta de presente y futuro para la Región y el País (con tristeza esto por lo pronto sólo se hace visible ante la desmesurada tala de bosques). Aquí todas las potencialidades se han expresado en pobreza y aislamiento.

Mi camino sigue con el Atrato como presencia constante, y me lleva a descubrir a través de la comida, lo mejor de esta tierra que tantas preguntas me genera. Tras la chirimía me declaro autorizado a comer sin límites.

Comienzo en las “Ricuras de Toña”, tal y como es conocida María Antonia Rivas Palacios. En la calle Las Águilas pruebo una guagua deliciosa preparada por esta negra maciza, amable y de acento dulce. Mientras suena el omnipresente televisor disfruto esta guagua ahumada y pardusca, acompañada de alcaparras y cuya piel devoro. Viene con patacones y arroz (por supuesto con su cucayo –el pegao del arroz que tiene el poder mágico de hacer feliz al comensal-). El espacio un tanto oscuro, es muy ventilado y fresco lo que es una bendición tras las horas de baile y brincos gracias a Alex Pichi. Al fondo se observa un aparador azul como de otra época. Mi mesa está protegida y a la vez decorada por un mantelito a cuadros que asemeja las apetecidas cobijas de los aviones.

Esto apenas comienza y mi siguiente parada es en El Pizarreño, espacio ideal para saborear unos langostinos gigantes como entrada. Sigo con lo mejor de la casa: el extraordinario sancocho de pescado. Voy tomando fuerzas para regresar a las fiestas, así que también hago una parada en La Paila de la Abuela (entre la 6ª y 5ª sobre la 30) y en las Brisas del Atrato, un sitio exclusivo de los lugareños (quizás el más autentico de todos los que visité). Aquí la brisa, como su nombre lo indica, es maravillosa compañera para probar un buen cebiche y una cazuela. Es también el lugar ideal para un pargo frito, rematándolo todo con un jugo de borojó.

Bocado a bocado me voy sintiendo parte de esta tierra. Mi cabeza sigue llena de preguntas, de rabias y de anhelos con este paraíso. Quisiera hacer y decir tanto mientras al fondo el ritmo de la chirimía seduce de nuevo a este cuerpo.