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lunes, 7 de diciembre de 2009

PASTA, PIZZA Y VINO: Crispino y Valenti

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PASTA, PIZZA Y VINO
Crispino y Valenti
Por: Dionisio Pimiento

Colombia a diferencia del vecindario no fue país receptor de migraciones tras alguna de las dos guerras mundiales, y eso sin duda ha tenido una enorme incidencia en la fragilidad de las dinámicas multiculturales que hemos vivido. Al visitar Argentina, Venezuela o Perú se percibe la incidencia de cada uno de esos ciudadanos que llegaron allí huyendo de oscuros y dolorosos momentos y buscando en estas tierras, la calidez anhelada. No sólo en los fenotipos o en la arquitectura se perciben los frutos de estos encuentros culturales, sino también en la gastronomía.

Los italianos llegaron a nuestro Continente y con ellos trajeron la pasta que crearon los chinos y que ellos popularizaron en Occidente; y se reencontraron con su amado pomodoro , el mismo que pertenece a estas tierras pero que ellos hicieron protagonista. En Caracas o Buenos Aires se siente y hasta se huele en muchas de sus calles, la influencia italiana: noches largas de vinos tintos, pastas que navegan en salsas inimaginables, mucho pero mucho queso, hierbas, antipastos y cierres inolvidables con una buena grappa en la mano.

A Colombia por el contrario, llegaron pocos pero su influjo en la gastronomía es relevante. A tierras antioqueñas llegaron por fortuna dos de esos pocos y su aporte me ha llevado a visitarles y a compartir con Ustedes este texto.

Hace cerca de 28 años un italiano de nombre Salvatore le regaló a Medellín una inolvidable pizzería italiana, y 10 años después abrió las puertas de Crispino, pizza y pasta. Aún no alcanzo a imaginar esa ciudad de los 70s un tanto tímida y bastante conservadora acogiendo una nueva propuesta distinta a los fríjoles, el arroz, la arepa, etc. Recreo imágenes sobre la primera apertura, la novedad versus las costumbres, el ímpetu de la primera vez.

Hace algunos días fui a cenar allí y sentí que lo mejor de aquel sitio es Salvatore con su cálida sonrisa y la bellísima enredadera que recorre el restaurante. Agradecía a este sitio por hacerse gestado y hacer permanecido en Laureles, mientras pensaba en aquellos años en que éste era el eje habitacional de las élites que huían del Parque Berrío, las mismas que luego también huirían hacia El Poblado y que hoy corren hacía el Oriente cercano. Y luego, ¿hacia dónde huirán?

En todo caso, 28 años después, Crispino parece congelado en el tiempo. Los precios son razonables pero la atención de los meseros de aquella noche fue más que parca y jamás olvidaré el sobresalto que sentí al ver una mantequilla de marca comercial que acompañaba los panes de la entrada. Casi muero de un infarto al miocardio con aquel esperpento, pues pensaba en la facilidad e infinidad de mantequillas saborizadas que pueden prepararse. Esto es una verdadera lástima.

Probé varias pastas y ninguna estaba al dente. La pasta putanesca era demasiado copiosa; por el contrario la pasta corta con salmón era muy poca y la mastichiata no logró convencerme.

A Crispino hay que valorarlo por lo que fue y agradecerle siempre por haber sido pionero.

Mi recorrido continuó hacia el sur-oriente del Valle de Aburrá llevándome a un nuevo mall (de los muchísimos agringados que tenemos en esta ciudad: falsa ilusión de Miami) en la zona de San Lucas. Decidí ir a conocer el nuevo restaurante de Ricardo Valenti, un paisa-italiano que ha logrado enamorarnos con su primera propuesta ubicada en Envigado.

Valenti, pizza y vino es el resultado de la búsqueda de un concepto franquiciable, en el que la excelente pizza me hizo olvidar la perversa música de aquella tarde.

Siempre he pensado que lo pequeño es bello, y este sitiecito en tamaño, es grande en sabores. Indispensable probar cualquiera de sus pizzas: la de vegetales o la de quesos y embutidos italianos, son mis preferidas. Son maravillosos los antipastos (les invito a probar aquel con quesos maduros y frutos rojos; o la jaiba gratinada con salmón ahumado; o el mixto italiano). Son maravillosos los paninis de salmón y la mozzarella de bufala con parmesano y arrúgala; o aquellos que contienen prosciutto, tomates secos, salame, berenjenas y aceitunas negras.

Por fortuna la comida es de ensoñación, pues fue la única manera de olvidar la música de fiesta de quince (de “garage”) que sonó en este pequeñísimo lugar. Es una lástima igualmente que sólo pueda pagarse en efectivo en tiempos en los que el dinero plástico es el más cómodo y común. Igual valdría la pena revisar que el restaurante no tenga baño propio, así que mejor “resista” pues de ser necesario tendría que recorrer la totalidad del mall que en tales circunstancias se ve más large que nunca.

En todo caso, insisto… basta probar la pizza para transportarse… todo cambia, hasta la música suena distinto, o mejor deja de sonar (por lo menos de retumbar al interior de mi cerebro). El grosor adecuado y un sabor único. Uno hasta olvida que está en un mall y por un instante se siente en alguna esquinita italiana.

Para una próxima vez romperé el “marranito” para que no me falte el efectivo, llevaré mi propia música y mis audífonos, y haré una contundente visita al baño antes de salir de casa.

Ya voy de salida, llevo en mi mano un puñado de las tradicionales mentas de $50 que le dan a uno en todos los restaurantes, las cuáles hasta se llaman Chao (el “culmen de la originalidad”). Pienso en la infinidad de ideas que asegurarían remates de locura en nuestros restaurantes, mientras tarareo aquel single “Marcelino, pizza y vinooooooooo”. Grazie tanti Salvatore, grazie mille Ricardo.

Dionisio

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Dionisio recomienda ... frente a La Francachela

Dionisio recomienda….
A los organizadores de La Francachela comenzar por cambiar ese sapo verde y verrugoso de la imagen del evento; luego cuidar más el montaje pues justo cuando se ingresaba, uno creía haberse equivocado y haber entrado en una corraleja; a continuación dotar de agua a todos los expositores para que los usuarios no viésemos como se lavaba nuestro plato con “agua echada”; más adelante considerar el altísimo costo de ingreso que espantó a más de uno; y terminar por evaluar de la mano de las directivas del Jardín Botánico, el evento paralelo pues un picnic como La Francachela no combinaba mucho con la fiesta reggeatonera en simultánea.

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domingo, 22 de noviembre de 2009

EDUARDO MADRID: !Habemus panadero! ... por fin

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Por: Dionisio Pimiento

Para algunos antropólogos los alimentos pueden clasificarse en tres categorías: “los del alma”, “los de conquista” y “los de civilización”. Si bien el pan en estricto sentido hace parte de este último grupo, hay panes que recogen estas tres características: te hacen feliz, quedas conquistado para siempre y estimulan el desarrollo de la humanidad. Cada producto que sale de la panadería gourmet de Eduardo Madrid es uno de estos ejemplos.

El pan es un alimento de civilización puesto que, por un lado, es uno de los productos que se derivan de la sofisticación cultural que se produce con el cambio del nomadismo y la economía basada en la caza, al sedentarismo y el dominio de la agricultura. De otro lado -y muy a pesar de que con éste alimento se propició el rápido crecimiento de las caries dentales (como consecuencia de la gran cantidad de carbohidratos y harinas)-, ha sido también el facilitador de que muchos procesos culturales hayan sido posibles. Es decir, el pan es tanto resultado de los procesos de civilización, como un propiciador de los mismos.

Eduardo Madrid entonces ha llegado a nosotros trayendo lo mejor del pan a estas tierras donde históricamente se ha comido lo peor de éste , y donde los mayores aportes a la panadería mundial han sido: el pan de $100, conocido en los bajos mundos como "pan bolita”; el “pan tajado” de producción industrial; y otros que de manera estricta hacen parte del mundo hermano de la pastelería: el brazo de reina o “pionono” (con su nombre de Papa); el “rollo”, con esa particular capita de dulce rojo; las tortas decoradas con fresas que parecen sacadas de una cámara criogénica; y por supuesto, el infaltable “pan-pera”, una cadena de bollos pegados entre sí con una gruesa capa de arequipe, recubiertos de un coco tan viejo que parece proceder de las primeras palmeras del Caribe.

Si la gastronomía es la síntesis del universo, el pan es uno de los más completos resúmenes al ser uno de los primeros alimentos de la humanidad. Desde hace cerca de 7.000 años viene en franca evolución. Hay quienes imaginan que sus orígenes, sin embargo, se remontan hasta la prehistoria, cuando masas de granos burdamente molidos y humedecidos se cocían por efecto del sol sobre una piedra caliente, o por la proximidad al fuego. Los egipcios aportaron a la humanidad la levadura y el horno, el cuál fue de uso público en la Roma de la República.

El pan fue experimentando mejoras en la molienda de sus granos, su horneado y poco a poco fue pasando de un producto elaborado artesanalmente a un producto industrial al que se le añadían diversos aditivos. Hacia finales del siglo XX su consumo descendió cerca de un 70%.

Hoy el mundo entero pide a gritos el regreso a lo artesanal, a los orígenes, y esto es justo lo que se encuentra en la casa de Eduardo. Jamás imaginará lo que podría encontrar en este barrio estrato medio, en una casa “cara de nada”, donde parquear ya es casi imposible entre la panadería, el restaurante Trifásico (del que pronto quiero hablarles) y las tradicionales lámparas Pavezgo. No tema tomar las llaves que descenderán en una canasta después de tocar el timbre. Al subir llegará al mundo de la limpieza, de la sofisticación y de los aromas que embriagan. Sólo en Europa y algunos lugares de NY he podido encontrar un pan de estas calidades.

Los rugelach de albaricoque o de guayaba son enviciadores; las galletas de queso azul pueden ser la mejor compañía a un excelente café; los pies de ruibarbo y fresas serán sus mejores regalos; el pan de maíz con bocadillo le seducirá; y no olvide tomar algunos croissant y pains aux chocolat para un desayuno de fin de semana. Para una noche de vinitos y queso, el sour con nueces de nogal y pasas es, de lejos, uno de los panes más exquisitos que degustará en su vida. El precio de los productos es bastante alto, pero cada bocado le olvidará lo pagado.

Uno de los mayores encantos del lugar es el propio Eduardo Madrid, el panadero y dueño, por lo que si va y él no está, mejor regrese luego, pues la experiencia jamás será igual.

Salgo del sitio surtido y arruinado económicamente, mientras pienso en Envigado como capital gastronómica en surgimiento en contraposición a los habituales ejes de desarrollo. Pienso en la gestación de las contra-capitales en el arte, la moda, la gastronomía, la política, el turismo, las cuales pueden aparecer, incluso, en el seno de los grandes centros. En París, por ejemplo, está el excesivamente afamado Quartier Latin (Barrio Latino): su comida es desastrosa, pero es la que buscan los millones de turistas que visitan la ciudad año tras año. Quizás si se sale de las rutas habituales se coma muchísimo mejor y a precios más razonables, como en el Barrio Tercero, donde conviven judíos y gays, museos de arte contemporáneo y tiendas de diseñador. Para nuestro entorno, zonas como El Poblado se han vuelto imposibles por el costo de sus locales; además, mucha de su oferta es pobre. Mientras tanto en Envigado nacen lugares excepcionales como La Pescadería Juventud, el ya mencionado Trifásico, el Ristorante Valenti, Cangrejo y Coco, entre otros, algunos de los mejores exponentes de lo que pasa en este municipio al sur, actual hervidero (en su sentido literal) de nuevas propuestas, de recetas, de ideas, de apuestas.

Lo underground, sin duda, me atrae mucho en lo personal. Pues lo que hace que un sitio brille no son los millones invertidos, sino la claridad de la propuesta, la calidad de los productos, la consistencia del concepto y el no temor a diferenciarse.

Dionisio

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Dionisio recomienda:
Ver en el canal Gourmet “Yo cocinero, tu cocinero” para sentirse un tanto frustrado ante un adolescente que aún no ha dado su primer beso, pero que maneja el cuchillo como seguramente jamás lo lograremos. Tras superar la depresión, uno aprende muchas cosas del muchacho.
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lunes, 16 de noviembre de 2009

Ya vienen ....

Ya vienen dos críticas gastronómicas en camino: Cangrejo y Coco y Eduardo Madrid. Envigado como la nueva capital gastronómica del Valle de Aburrá!!!

domingo, 15 de noviembre de 2009

LA FIAMBRERÍA ¿Hacia un Williamsburg en Medellín?

Tras visitar el restaurante Mundos, decidí quedarme en la ciudad para comer en un nuevo sitio que se presenta como el lugar de las “tapas y de la cocina de mercado”. Esto último era sin duda lo que más me interesaba, pues si bien de manera estricta nosotros no tenemos temporadas (aunque con lo desajustado que anda el clima, no nos sorprendamos si nieva y llegan huracanes), hacer del mercado la fuente de inspiración sí me seducía.

Al llegar a aquel sitio lo primero que pensé fue en la colonización de una nueva zona del Área Metropolitana para y por la gastronomía; en esa calle hay al menos otras 2 propuestas que vale la pena visitar. Recordaba cómo hasta hace muy poco nuestros paladares eran tímidos y de pocos sabores, y me alegraba ver aquella novedad inusitada que en el pasado no había despegado con tal fuerza.

La Fiambrería es sin duda una propuesta de y para jóvenes (aunque como dice mi papá, muchachos son los que tienen la misma edad que uno). Es de aplaudir la claridad que tienen sobre quién es su público: no todos los sitios en nuestro medio tienen tan definido para quién cocinan y sirven cada plato. Definir su consumidor y conocerlo hasta los tuétanos, es la primera clave del éxito de los restaurantes que han perdurado.

De aplaudir son también los magníficos aromas y sobre todo la racionalidad en los precios, pues La Fiambrería pareciera que llegó a abastecer a una clase media que es cada vez menos en América Latina, pero que aún –por lo menos– come, y a la que le faltaban opciones, especialmente en un entorno nutrido por un exceso de parrilla y típico, en el que las ofertas gastronómicas interesantes estaban sólo al alcance de los bolsillos más llenos.

En La Fiambrería, por ejemplo, se redefine el concepto del almuerzo “ejecutivo”: hay un claro juego de colores, sabores, texturas, y combinación de técnicas que trascienden el exceso de frituras de nuestros almuerzos de “Todo a $3500”; los mismos que se venden en cajas de Icopor divididas en compartimientos con un uso claramente determinado, en los que los carbohidratos (arroz con papa con yuca y claro, como olvidarlo, con arepa) tienen un lugar permanente.

Todo comienza con el pan que podría estar caliente para ser perfecto, acompañado de un dip siempre diferente. Una vajillita sencilla pero juguetona lo va conquistando a uno. Luego una entrada de vermicelli en una rica salsa, seguida de una ensalada cuya vinagreta llega contenida en un tubo de ensayo. ¡Qué bacanería!, ¿no?

Luego viene un pescado o una carne en su punto de cocción. Todo concluye con un postre pequeño, sin ostentaciones, pero halagador. Y así cada día, nuevas sorpresas llegan directamente desde el mercado hasta el paladar de los muchos comensales que han puesto a rodar por fortuna, el rumor de este nuevo espacio.

La música es un elemento importante: va desde Calle 13, con todo el activismo político presente en sus letras y sus camisetas agudísimas, hasta Celebration de la siempre vigente Madonna; entre unas y otras, un poco de rap progresivo. Una propuesta que podría definirse como ecléctico-urbana.

Espacialmente, la primera mitad del restaurante es bastante interesante y deseable, con una terracita en la que se puede no sólo disfrutar de la calle, sino también observar los muchos jóvenes que habitan los edificios vecinos. La segunda mitad del sitio, sin embargo, es menos consistente. En todo caso valdría la pena revisar el mobiliario pues parte de éste parece comprado en oferta en el Centro Internacional del Mueble.

Me gustan, eso sí, los individuales en papel intervenidos y el espejo en el que se anota el menú; llaman la atención las continúas exposiciones de arte que evidencian un esfuerzo por ir más allá. En todo caso invitaría a Juan Fernando Vélez, el último artista que encontré exhibido allá, a revisar si éste es el espacio para su obra, sobre todo tras haber expuesto en lugares como la Alianza Francesa, el MAMM o de intervenir la fachada del Museo de Antioquia con un par de Cristos en la exposición Destierro y Reparación. Un artista en ese estado de posicionamiento debe cuidar dónde exhibe su obra.

Allí sentado observaba el barrio y, en particular, tenía frente a mí los colonizadores de la zona, los primeros héroes: la panadería-pastelería “Elkin No.2” y el restaurante “El Sabor Chino”, unas “maravillas” que merecerán pronto una de mis columnas. Asimismo intentaba entender los varios idiomas y acentos que se escuchan en el restaurante. Esta calle de la ciudad, un tanto setentera en sus edificaciones, me hacía pensar en un barriecito que adoro de NY. ¿Será esta zona un posible Williamsburg en Medellín? ¿Será capaz de marcar una clara diferencia con respecto a la zona vecina (unas pocas cuadras hacia arriba) en la que el reggaeton, el vallenato excesivo, las minifaldas, las camionetas “mostronas” y todos los ritmos posibles aturden al visitante? Esta callecita gastronómica está en clara conexión con las noches del Parque de El Poblado; con las arepas de chócolo tradicionales de fin de semana y con los remates de rumba; y cerca de las ventas de segunda mano y las anticuarias. Sólo le falta una mayor actividad artística.

Estando aquí pienso en una Medellín que le da la espalda al que fuese su Centro (el cual veo cada vez más sucio y ruidoso) para dar paso a múltiples centros: ¿una ciudad policéntrica? Manrique tiene su centro, El Poblado tiene los suyos, Laureles los propios … una ciudad de ciudades.

Pago la cuenta, dejo de filosofar tanto y prefiero decirme algo bastante más terrenal: lo mejor de La Fiambrería es la morenaza encantadora que te atiende con su flor en el cabello. Volveré, claro que volveré.

Dionisio

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Dionisio recomienda ….
Comprar objetos de cocina “inútiles” por puro placer al cocinar, al servir o al comer.

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jueves, 12 de noviembre de 2009

Un sentido adiós a Mezeler

Dionisio lamenta profundamente el cierre del restaurante Mezeler ... pionero en la nueva oferta gastronómica en Medellín. No quisiera pensar que el interés por descubrir y probar nuevas cosas decae, y regresamos a la época solo de típico y parrila (que son muy válidos pero no puede ser la única oferta en una ciudad que pretende conectarse con las dinámicas mundiales).

Inquieta el que estemos retrocediendo y regresando a la época en la que las nuevas ofertas no durababan más de algunas semanas ... y veíamos nuevos nombres, decorados y propuestas cada 6 meses.

Medellín merece y sobre todo necesita una oferta gastronómica amplia, ligada a un proceso de mayor apertura mental y cultural.

Profunda tristeza e inquietud.

sábado, 7 de noviembre de 2009

domingo, 1 de noviembre de 2009

Sobre Crispino ...

Hace poco regresé a Crispino, pan y vino. Prefiero analizarlo en función de lo que fue y no de los que es.

lunes, 26 de octubre de 2009

miércoles, 21 de octubre de 2009

DIONISIO RECOMIENDA...

DIONISIO RECOMIENDA... ir a las plazas de mercado tanto locales como en los distintos viajes. Es un encuentro real con la gastronomía, lleno además de sorpresas. Visitarlas, luego dejarse perder tomando cualquier bus o sentarse una tarde entera en una mesita a tomar un café, leer la prensa local ... momentos simplemente maravillosos.

Crítica gastronómica: empezamos con el restaurante MUNDOS‏

RESTAURANTE MUNDOS

Vía Llanogrande, Rionegro-Antioquia
Colombia

Para hablar del restaurante Mundos, recientemente premiado, hay necesariamente que referirse al proceso que vive Medellín en su urgida articulación con el Valle de San Nicolás.

El Valle de Aburrá que algunos quisiéramos denominar el Gran Medellín para ganar en sinergias y en coherencias de actuación, asegurando un proceso de desarrollo territorial colectivo y menos marcado por desatinos políticos municipales; vive hoy el típico proceso de suburbios muy al estilo del siempre copiado esquema norteamericano. Aquel esquema en el que la ciudad va desconcentrándose y aquellos con mayor poder adquisitivo se van alejando de los centros como prueba de su esmero por “huir” de las problemáticas propias de la urbe y/o de su deseo de alcanzar una mayor “calidad” de vida. En este caso además estos nuevos “suburbios” permiten respirar un mejor aire; sentirnos “seguros” gracias a gigantescos enmallados y sistemas de seguridad privada y fantasear en el reencuentro con la vida campesina.

El llamado Oriente Antioqueño es hoy un claro suburbio de Medellín al que llegan (y deben llegar como parte de su subsistencia) todas las cadenas de supermercados, tiendas, cinemas, restaurantes, etc. En últimas o en principio, allí se está concentrando la mayor capacidad adquisitiva de la Región.

Así las cosas antes se “hacía la vuelta a Oriente” en búsqueda de la típica parrillada, del espíritu de la fonda o de un aguardiente; mientras hoy quiénes habitan la zona desean un poco de “cosmopolitanismo”[1]. Es allí donde se inserta la propuesta del restaurante Mundos, una significativa inversión con varios aciertos pero que no logra la coherencia que pareciese buscar. Una apuesta que se queda a medio camino recordándonos mucho de lo que la sociedad paisa es: una cultura un tanto excesiva y pretenciosa, pero igual cálida y emprendedora.

De Mundos hay que reconocer por encima de todo la calidad y sobre calidez en el servicio, sin duda propio de los habitantes de la zona. Cada pregunta va acompañada de una gigantesca sonrisa que hacen del momento, único. Igual hay que apreciar la bellísima casona y la estratégica ubicación. El esmero del proceso de restauración del ambiente y claro, la magnífica sazón en casi todos sus platos.

Para comenzar habría que reconocer la amplia carta con propuestas muy heterogéneas. Esta podría ser a la vez el principal punto a favor pero también la mayor razón de crítica de Mundos. Hay un poco de todo sin que se perciba consistencia. Además degustar un fois gras o algún plato árabe en una cuasi-fonda con aires de refinamiento suena extraño: hay el evidente deseo de dar un salto, pero que se queda a medias.

Son enviciadoras las medallitas de plátano con suero costeño. Son incluso, peligrosas.

Las costillitas siempre serán un motivo para ir: el magnífico sabor y la inmensa ternura de la carne, la cual sólo es posible en cocciones lentas y llenas de compromiso y hasta de amor. Es una delicia comerlas con la mano y chuparse cada dedo. En todo caso en el plato servido sobra algo: es un tanto excesivo evidenciando aquello que ya mencionábamos al decir que aún no logra Mundos la coherencia que busca: entre la sofisticación y la abundancia. Quizás habría que sacar del plato la arepa (pues los paisas cada vez saben mejor vivir sin ella).

Probé igualmente el salmón en papillote: perfecta cocción y una salsa de hierbas y jerez única. Venía con un cogollo de lechuga bañada en salsa maravillosa, y un puré extraordinario; cuya porción podría haber sido más mesurada en aras de la coherencia ya mencionada.

Lamentablemente tan cálidas experiencias culinarias han sido matizadas por otras que percibo sujetas a mejora. He probado sus rissotos y hasta ahora no me he sentido capaz de concluirlos pues están pasados en su cocción y faltos de interés (no hay sabores que reten).

Una noche de invierno tuve un extraño antojo de un Margarita. Me imaginaba el típico trago que mi mente elabora un tanto ácido, verdoso, con el borde salado; pero mientras imaginaba esto llegaba un trago dulzón, decorado con un copo de hielo azul… sí, azul. Me explicaron que era el “toque de la casa” pero mientras pedía el cambio añorando un tradicional Margarita, imaginaba que en casos como estos es mejor que los restaurantes creen nuevos cocktails con nombres delirantes como “La laguna azul”, “dulzor en azules” o incluso con referencias geográficas como “Oriente Azul”, para llamar tan singulares creaciones; y que a los amantes del Margarita nos den aquel traguito “humilde” un tanto ácido, salado y muy frío.

Momentos más tarde descubriríamos que el azul es el color del sitio pues probé un Mouse de chocolate y voilà: para mi sorpresa llego un postrecito servido en la típica copa del Astor (pero que en El Astor luce maravillosa), con un poco de crema chantilly, nueces y una extraña salsa azul que mi paladar no podía reconocer (o no quería). Luego supe que era nuevamente “el toque de la casa” y que aquello era licor de menta. De nuevo mi mente añoraba un Mouse de chocolate sereno, humilde si se quiere, sin pretensiones; o esperaba una propuesta audaz propia de una restaurante que pretende recoger lo mejor del mundo … pero no tuve ni lo uno ni lo otro.

Invitaría igualmente a los dueños de Mundos a revisar la bolsa lánguida con confites habituales que entregan al final: mentas y algunos super cocos. Este de hecho es uno de los temas menos sólidos de los restaurantes locales: pocos rematan con "broche de oro" la visita al restaurante con un toque original más allá de la habitual menta.

Para terminar debo hacer algunas anotaciones: el maravilloso vinito tinto que tomé, pero al tiempo mi extrema preocupación por las muchas botellas de vino que se usan para decorar el sitio. Confío que sean botellas vacías o que jamás vayan a servidas a un comensal (por lo menos a mí no, por favor) pues ninguna regla de conversación se pone en marcha: son botellas expuestas a la luz, a los cambios climáticos, etc. Hacen parte de hecho de un decorado interior un tanto excesivo: yo empezaría por quitar unos cuadros un tanto simplones (como de clase de pintura de jueves en la tarde) y a dejar que el sitio brille por sí mismo.

Por último quizás también quitaría los cubitos de hielo que llenaban el orinal. Aún me estoy preguntando que singular interés se esconde en tal acto, si de hecho el Oriente Antioqueño ya es lo suficiente frío. Estoy profundamente inquieto y realmente quisiera saber que se pretende con esto, pues me sentí hasta intimidado de usar aquel espacio y tentado a buscar alguna “manguita” en los alrededores.


Mundos es un lugar precioso con una excelente ubicación, Verdísimo y con una infinita calidez, pero quizás un tanto pretencioso. Por supuesto que volveré además porque me interesa seguir tomándole el pulso al proceso de urbanización de esta zona de Antioquia y sus efectos; pero sobre todo por sus excelentes monedas de plátano y costillitas. Espero ver menos toques azules la próxima vez y no sentirme intimado por aquellos cubitos de hielo en tan noble lugar.

Dionisio






domingo, 18 de octubre de 2009

UN PRIMER PASO HACIA LA CRÍTICA GASTRONÓMICA

En el medio comienza a leerse y sentirse un renovado interés hacia la gastronomía; lamentablemente el ejercicio de la crítica se ha limitado al mundo de la culinaria (colores, texturas, combinaciones, cortes …) y aún se percibe corto en disciplinas asociadas que lo enriquezcan.

Como simple sibarita, amante de la gastronomía pero sobre todo de las asociaciones posibles, he decidido arriesgarme a compartir con aquellos interesados, algunas ideas, aportes, sugerencias, miradas, tan personales como puede ser la crítica. Aquí no hay verdades más que las propias que se comparten en aras de ser circuladas y enriquecidas.

Lo que quizás si encontrarán en estas líneas a diferencia de otras propuestas existentes, es una mayor amplitud, una mayor conexión con otros saberes, una mirada que quizás resulte para Usted “más nutritiva y más nutrida”.

Finalmente la gastronomía puede ser un excelente camino para acercarse al mundo, a ciertas realidades. En un mundo que puede ser interpretado desde la sociología, el arte, la política, etc. Y que a su vez puede enriquecer aquellos discursos.

Bienvenidos pues a este ejercicio conjunto que apenas empieza y que quisiera pensar que podrá alimentar espíritus, cuerpos y que a su vez podrá ser enriquecido por Ustedes.



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Dionisio Pimiento

Un intento por la crítica gastronómica

domingo, 13 de septiembre de 2009

Soy un sibarita, amante de la comida, la bebida, de la sal y el dulce, de viajar y descubrir siempre. Me propongo emprender un proceso serio de reflexión y crítica culinaria desde Medellín para Colombia y el Mundo, pues considero pobre y extremada