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lunes, 15 de agosto de 2011

Vamos de paseo de olla ... perdón, vamos de picnic

Vamos de paseo de olla… perdón, vamos de picnic
Por: Dionisio Pimiento (@dpimiento) para la revista Paladares de El Colombiano

Algunos de los mejores recuerdos que tengo de mi infancia pasan por los paseos de olla con todo y balón de fútbol y hoja de bijao envolviendo almuerzos inolvidables compuestos por tajadas de plátano muy maduro, arroz, carne en polvo, huevo duro y como postre, bocadillo y quesito hecho por las manos de mi abuela. Los años pasaron y ya nadie hacía paseos de olla quizás por la ausencia de zonas verdes en Medellín o porque en nuestros años más dolorosos estar “parchado en una manga” era satanizado.

Hace un par de años decidí revivir los paseos de olla y me hice a una canasta, un descorchador de vino y constantemente salía periódico en mano y con diferentes opciones alimenticias en búsqueda de un buen lugar dónde instalar mi mantel de cuadros. Descubrí lugares maravillosos en los altos de Sabaneta, en Sonsón o en llamada Vía Láctea (San Pedro-Entre Ríos y Don Matías). Hoy con alegría veo cómo ante el aparente verano actual, salir de paseo de olla se ha puesto de moda, en particular entre los jóvenes, bajo la expresión inglesa picnic heredada del francés pique nique.

¿Cuán antigua ha sido esta práctica que en Medellín se reimpone bajo un nombre que suena más chic? Vienen a mi mente obras de arte que la han retratado como el cuadro del grabador francés James Tissot o el magnífico ejemplo del puntillismo por el artista Seurat, titulado Un dimanche après-midi à l'Île de la Grande Jatte. También recuerdo el cuadro Picnic en las Montañas de Fernando Botero, una obra de 1966, quizás la mejor época del artista colombiano; y la obra pre-impresionista, Le Déjeuner sur l´Herbe de Manet, que despertó tantas críticas en su época, aunque confieso mi simpatía por la apropiación-interpretacion de esta obra de Manet por el fotógrafo antioqueño Juan Fernando Ospina. Mientras los personajes del francés almuerzan en un ambiente rural un tanto bucólico, los de Ospina lo hacen en el centro de Barrio Triste: una mujer desnuda está “picniqueando” con unos mecánicos de la zona.

Periódico bajo el brazo estoy listo para irme de paseo de olla, hum... perdón, de picnic. Llamo a In Situ en el Jardín Botánico emocionándome con el bellísimo lago dónde deseo instalarme, pero la mala atención de la persona al teléfono y el absurdo esquema de reserva y pago con anticipación, me lleva a otra opción.

Aquí estoy, en plena Avenida El Poblado en el encantador Parque Lineal de La Presidenta. El restaurante Aguacate me sorprende con una propuesta de picnic muy colombiana, de gran calidad e ingenio. Puedo ordenar la versión de la casa con patacones, picada y brevas con queso; o quizás el Valluno con marranitas y pollo a la plancha. También puedo elegir el Paisa con empanadas de iglesia, tamal y arroz con leche. Finalmente me decanto por la opción Costeña que incluye carimañolas de queso con salsa de tamarindo a voluntad, posta cartagenera (a la que se le siente la panela con los clavos de olor), el arroz con coco (con ese quemadito que solo los expertos logran) y marranitas de entrada (¿una maravillosa confusión geográfica?) Y todo, por supuesto, con un buen aguacate maduro.

Aquí estoy en esta tarde de domingo, disfrutando de comida colombiana en este paseo de olla y escuchando el sonido de los loros que deambulan por Medellín tras escaparse alguna vez del Zoológico. Mantel, canasta, botella de vino, un bocado más, algún artículo de mi periódico preferido, quizás una siesta. Aquí estoy, viviendo confiado, el espacio público de mi Medellín.

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