Por: Dionisio Pimiento para Paladares de El Colombiano
(@dpimiento/twitter)
Lo confieso, tengo un especial aprecio por los llamados
pecados capitales sobre todo por el de la gula. Me he visto cientos de veces la
película Seven y aunque espero no morir como aquel hombre
atado a su mesa, si envidio de alguna manera oscura todo lo que debió comer en
vida. Siempre me he visto como uno de los protagonistas del mito europeo
del Pays de Cocagne, ese paraíso terrestre generoso en clara contra
reacción a la Iglesia Católica y a la invención del “infierno”. Son un fanático
de ese mito lejano al hambre; territorio de la abundancia y dónde los
mandamientos giraban en torno a jugar, perecear y comer.
“Sí, confieso que he pecado, y mucho. Sí, gula,
gula y más gula. No creo merecer el perdón de nadie, pero tampoco lo deseo”.
Esto es lo que me digo mientras cierro las páginas de dos maravillosos libros
sobre gastronomía que reposan en mi mesa: uno justamente titulado La Gula,
Pecados Capitales del extraordinario Manuel Vázquez Montalbán, y Gourmandise:
histoire d´un péché capital del francés Florent Quellier.
Éste es un fascinante texto acompañado de preciosas imágenes alrededor de una
hipótesis que comparto: la gula es el pecado original, el de Eva induciendo a
Adán, relacionado desde el siglo VI con el placer sexual, con el lujo y con
nuestra “animalidad” en una época en la que moderación y temperancia iban
ligadas a mortificación, hasta cuando esa gula se admite “políticamente”, sobre
todo para los caballeros, bajo el disfraz de gourmandise, gourmet o gourmand,
pues se necesitaba promover el consumo, eso sí, con unas “buenas maneras” tal y
como bien lo ha analizado Norbert Elias o intelectualizando el placer de la
“buena mesa”.
Pecar,
sí. Eso es justo lo que quiero mientras recuerdo mis primeros momentos de gula:
aquella tarta de distintas capas de chocolates que hacía Deli y con la que me
celebraban los cumpleaños, o con las cajas de mini jet que comía en
solitario dizque para "llenar más rápido el álbum". Hoy
pecaría de muchas maneras: me iría por ejemplo para el Centro Comercial del
Este y probaría todas las versiones de macarons y madeleins de
la claramente afrancesada Cassis Lyon Pâttiserie. Sin pausa
me desplazaría a De Lolita a comer un par de pañuelitos de arequipe y unas
cuentas trufas que apenas acompaño con su tradicional jugo de mandarina.
No hay pecado realmente si no sé es reincidente, por eso
llegaría a Las Tres en el corazón de Manila, un barrio en mi corazón tanto como
esa milhoja suculenta bañada en crema y con dosis desbordantes de azúcar
pulverizada … eso sí, sin adición de chocolate -algunos límites me quedan en la
vida- y sin fresas, no voy a dármelas de “equilibrado” ante tal acto
pecaminoso. Me tentaría pasar al Tejadito por los mejores pandeyucas y el
inolvidable pastel de hojaldre y queso cheddar, o a El
Portal, pues aunque prefiero sitios más independientes hemos “crecido
juntos” y me encanta su tradicional torta casera.
Pecar no es tarea fácil: hay que insistir e insistir por lo
que sin más esperas pediría un servicio a domicilio a Pecositas.
Desde esa casa a la entrada de Envigado llegarían algunos excesos
capaces de ponerle un toque de alegría hasta a una tarde de horrible martes laboral. Aunque
aquí soy mas de sal que de azúcar sobre todo por sus empanaditas con encurtido
y las croquetas de pollo, probaría su estrudel de manzana.
Y
como a lo mejor tantos pecados tienen sus efectos en los triglicéridos y en los
niveles de glicemia, me encantaría un buen examen de sangre en ayunas en Salud
Sura Industriales para luego merecerme los reparadores blondys, los
cuadritos de avena con mora, los rolls de canela y sobre todo
los brownies fudge de Mikaela. De seguro, tras recibir los
resultados médicos, me decidiría a pecar en pequeñas pero intensas dosis y me
instalaría tardes enteras en Como pez en el agua. Sus mini tartaletas son
perfectas para sanar física y espiritualmente. Las de crema con frutos rojos
frescos, la Fandango con chocolate crujiente por fuera y cremoso por dentro y
sobre todo, la Torbellino de crema de limón tipo curd con
merengue tostado y una rodajita muy fina de limón decorando, me hacen una mejor
persona redimiéndome, sin duda, de todos mis pecados.
La verdad yo prefiero ser la persona que incite a pecar con la gotoneria, es mas divertido para mi ver la gente disfrutar de la comida. Pero bueno tengo mis días en los que soy el que peca, el que anda tras esas exquisiteces de la vida gastronómica. Gusto tengo por ver todo lo que provoca a los sentidos del gusto excitarse en sus placeres y deleites mundanos.
ResponderEliminar